martes, 19 de octubre de 2010
¿Y si dejamos de ser ciudadanos?
Ayer, en el tren, alguno de esos antisistema disfrazados de ciudadanos molientes dejó prestada, sobre un asiento vacío, la edición de septiembre de El Viejo Topo. Allí aparecía este artículo demoledor y lleno de luz de Santiago López Petit, que me hizo hervir de simpatía la sangre.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=113876
Me acordaba mucho de la escena que vivimos desde nuestra ventana la noche del 28-S. Era nuestra primera huelga general, y ya habíamos hecho nuestro modesto debut en la asamblea del Club, preparando lo que íbamos a hacer esa jornada. Cuando se distribuyó el papelito con los horarios en los que estábamos disponibles para movilizarnos, dudamos un poco, miramos al suelo, y decidimos no arriesgar el culo de madrugada. Sí estuvimos en los piquetes toda la mañana, y en la mani de la tarde, pero mientras los muchachos se partían los morros con la policía en las acciones nocturnas, especialmente en los de las cocheras de la EMT, nosotros vagabundeamos con impotencia por las calles de Lavapiés, viendo cómo los locutorios, los kebabs, las fruterías de paquistaníes y los bares hipijis seguían abiertos después de las 12.
Volvimos a casa hacia la una. A esa hora, un grupo de personas antisistémicas, creo que de la CGT, bajaron nuestra calle volcando los contenedores que estaban peripuestos sobre las aceras. Inmediatamente, unos chavales que pasaban por allí, y otros que lo escucharon desde sus balcones, todos ellos con pintas y ropajes de jovenzuelos despreocupados, empezaron, ante mi asombro, a recoger la basura desperdigada en la carretera. Sintieron, al parecer, la llamada a ser buenos "ciudadanos", el grito desde no sé qué oculta instancia de su ser a reproducir ese patrón inculcado desde el poder del que nos habla López Petit en su ensayo.
Yo mi indignación me la comí casi toda. Sólo fui capaz de aplaudirlos socarronamente desde la ventana y gritarles que muy bien, que qué buenos ciudadanos. Tanta fue mi cagonería que aún hoy no sé si algunos se fueron pensando que en realidad los jaleaba. Sólo al último, al más jovenzuelo, me atreví a gritarle que estaba trabajando gratis, y que así, con ese tipo de gestos, así nos iba.
El día 29, ya cobijado en el "espacio del anonimato" de los piquetes y de la manifestación, entonces empezó a salir el grito de rabia, ya más articulado y con más fuerza. Esperemos que no nos lo callen ni nos lo callemos ya más nunca.