miércoles, 6 de octubre de 2010

Amadas sean las personas que se sientan, aquel que va, por orden de sus manos, al cinema


Sånger från andra våningen. Roy Andersson. 2000

Íbamos a hablar de otras pelis, especialmente de ésas que nos exasperan. Pero la verdad, habiendo cosas tan buenas como este Roy Andersson (descubrimientazo del año), qué necesidad.

Vaya cacho escenógrafo y cacho fotógrafo que está hecho: cada una de las escenas de sus películas, siempre en planos fijos, es una verdadera obra de arte independiente. Tiene una delicadeza y una precisión para filmarlas, y un buen gusto en los maquillajes y en la selección de los actores y de las luces, que parece venido de otro mundo. Uno a veces podría sospechar que lo que filma Roy Andersson son sus propios sueños, pero en cuanto perciba la bilis política con que trata a sus artefactos, y ese sentido del humor tan gélido y tan kaurismático, se le quitará la idea de la cabeza y empezará a darse cuenta de que lo que este suecote es en realidad es un valiente.

Y cada peli de él, una auténtica gozada para los sentidos. Y un azote para las conciencias recocidas, no nos olvidemos de eso. Porque menudas andanadas le pega a la sociedad xenófoba de su país, a la Iglesia protestante y a los empresarios y economistas, en especial en esta Canciones desde el segundo piso, del año 2000.

Aunque, como siempre, lo que más nos encandila de este fenómeno del cine es su radiografía de los hombres grises, los faronis, los quijotes, los señores K y los señores Sánchez, como decía Vallejo, que abarrotan las calles de la vieja Europa esperando el día final en que porfín se les juzgue.


Traspié entre dos estrellas (César Vallejo)

¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.

¡Ay de tánto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!

¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!

¡Amadas sean las orejas sánchez,

amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!

¡Amado sea aquel que tiene chinches,

el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre!

¡Amado sea

el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!

¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,

el que suda de pena o de vergüenza,
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,
el que paga con lo que le falta,
el que duerme de espaldas,
el que ya no recuerda su niñez; amado sea
el calvo sin sombrero,
el justo sin espinas,
el ladrón sin rosas,
el que lleva reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece!

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora

y el hombre que ha caído y ya no llora!

¡Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!