domingo, 24 de julio de 2011

Juan Diego Quesada, ese periodista


Este Juan Diego Quesada es un no parar. Un festival del humor periodístico, diría yo. El otro día estuvo en un taller antirredadas organizado por la asamblea popular del barrio de Lavapiés, y no veas qué risas que se pasó por lo bajini mientras le "echaba el guante" a la noticia del verano:

http://www.elpais.com/articulo/madrid/manual/antirredadas/elpepuespmad/20110723elpmad_4/Tes

Pues no conforme con eso, hoy lleva todo el día twitteando a lo loco desde la manifestación del 15-M en Sol. He aquí algunas de sus perlas:

  • Un hombre que dice ser policía se hace con el micrófono. "Pese a nuestro trabajo os apoyamos porque nosotros también estamos indignados". ¡Policía únete!, grita la gente. No es una declaración cualquiera: simpatizantes del 15-M han impedido detenciones a inmigrantes irregulares.
  • 172 minutos de asamblea. Y sigue a pesar de que se ha anunciado su fin en varias ocasiones. Se hace mención a una Ana que cumple años. Amago de felicitaciones para todo el que tenga algo que celebrar. Ya todo vale a las 00:24 minutos.
  • Una patrulla de indignados estará toda la noche pendiente de que no ocurra nada en Sol. Mediará en caso de conflicto. Durante el día se ha producido alguna que otra pelea. A las cuatro, en la Alimentación, un tipo lanzó una silla en una discusión. Le aplacaron entre varios.
  • La manifestación se desmadra. Un grupo numeroso rompe el trayecto programado y sube por Gran Vía.
  • Ahora hay dos protestas. Los que suben Gran Vía pretender llegar hasta Callao y bajar por calle Preciados. En la oficina del banco Sabadell están haciendo pintadas.
  • La Policia corta la Gran Vía. Los indignados bajan por Preciados, la calle más comercial de la ciudad. Pocas veces pasa por aquí una manifestación. Lo hacen sin autorización, saliendose del recorrido. Se encontrarán en Sol con el resto de gente.
  • Asamblea con megáfono a todo trapo en el Congreso, rodeado de hoteles. Plácida noche para sus clientes! Se debate si permanecer aquí o acampar en Neptuno y cortar el tráfico.
http://eskup.elpais.com/jdquesada

No sé, debo ser yo un avinagrado, pero el sentido del humor del compañero Quesada no me hace ni la más puta gracia. Me preocupa que su personalidad fluctúe tan rápidamente entre la del hermano guasón de Los Morancos y la de ese compañero acusica del colegio que al final siempre te acababa jodiendo la vida...

War on what?


Antes de que se conociese al verdadero asesino de Noruega, los medios españoles culparon, primero a los yihadistas, y luego a los anarquistas y a los antisistema. Cuando se supo que el responsable era un racista misógino que pensaba las mismas cosas que Alicia Sánchez Camacho y José Bono juntos, tuvieron que buscar una solución ingeniosa: el asesino de la isla de Utoya era un ultraderechista, pero que plagiaba a un supuesto anarquista, el Unambomber. Ejem, vaya lío.

¿No será que ahora que Bin Laden está enterrado con agua del mar y que la ETA gobierna en el País Vasco, los principales enemigos de la democracia empezamos a ser la gente que nos organizamos en asambleas?

Pues mejor será que se den prisa en declararnos terroristas, porque hoy me han contado que unas treinta mil personas en la Gran Vía ya estaban gritando: "¡El pueblo unido, funciona sin partidos!", "¡Todo el poder, a las asambleas!", y "¡No es una crisis, es el sistema!" Blanco y en botella. ¿Será la guerra?

http://www.kaosenlared.net/noticia/manipulacion-mediatica-atentado-oslo

miércoles, 13 de julio de 2011

Lavapiés y el 15-M: las lagunas de la solidaridad


Ayer era martes, 12 de julio de 2011. Hacía una semana exacta que los vecinos de Lavapiés habían expulsado del barrio a los antidisturbios, después de un intento de redada racista de la Policía Nacional.

Ayer otra vez, en el barrio, estaban reunidas, en varias plazas y locales, distintas asambleas de colectivos vecinales, entre ellos el Grupo de Trabajo de Migración y Convivencia de la Asamblea Popular de Lavapiés. Eran, ayer otra vez, las nueve y algo de la tarde.

En la calle del Olivar, ayer después de una semana, hubo otro control por motivos racistas. Varios agentes vestidos de paisano abordaron a unos cuantos vecinos y los obligaron a ponerse contra la pared. Casualmente todos esos vecinos que fueron empujados contra la pared eran africanos y tenían la piel de color negro. A los que no tenían la piel de ese color se les permitió quedarse al margen. Empezaron a cachearlos. Uno de ellos, A., al que conocían muy bien, protestó durante la requisa. Inmediatamente, los policías pidieron refuerzos a los municipales. En cuanto fueron los suficientes, entre seis o siete agentes le dieron a A. una soberana paliza en plena calle, ya cerca de la plaza. Malherido, los mismos que lo habían linchado se lo llevaron en un coche patrulla. Los demás africanos empezaron a gritar pidiendo ayuda de los vecinos. Los policías, a su vez, reclamaron por radio más refuerzos. En cuanto fueron los suficientes, la emprendieron a porrazos y puñetazos contra quienes llamaban a la solidaridad de sus vecinos.

La gente del barrio que estaba en la Plaza de Lavapiés, entre ellos los encargados de mantener el punto de información del 15-M, al darse cuenta de lo que estaba pasando, se aproximaron para recriminarles a los policías su brutalidad. En menos de 5 minutos llegaron hasta diez coches Z y cuatro furgones de las Unidades Centrales de Seguridad, los antidisturbios de la Policía Municipal de Madrid. Al sentirse otra vez fuertes, los policías empezaron a repartir porrazos contra todos los vecinos que estaban cerca, ya sin fijarse en el color de su epidermis. Avisados por mensajes de móvil, por gritos y por las sirenas de tantos y tantos coches de policía, un grupo de unos doscientos vecinos volvimos a acudir, una semana exacta después, a la plaza central de nuestro barrio para proteger a los nuestros. Volvimos a expulsar a los agentes insurrectos, al grito unánime de "¡Fuera del barrio!"

Ayer, por primera vez desde que el Movimiento 15-M aterrizó en nuestro vecindario, a los policías les arrojamos algunos objetos para que se fueran. Concretamente, les llovieron varios zapatos. Cuatro de esos zapatazos los ejecutaron con relativa contundencia dos chicos blancos, vestidos un poco de hippies pero no tanto, con el pelo largo pero no tanto, que nadie había visto jamás por el barrio.

Una vez expulsados los policías, nos encontramos a una mujer llorando en el centro de la plaza. Se llama E., no tendrá 30 años, y está desconsolada. Nos cuenta que es la mujer del hombre detenido. No sabe bien lo que ha pasado, pero nos explica que, para ella, todos los días es lo mismo.

Un grupo de unas 20 personas decidimos acompañarla hasta la Comisaría de Leganitos para intentar conocer, al menos, el alcance de las lesiones de A. Por el camino E. nos va contando que A., aunque está casado con ella, no tiene todavía permiso de residencia. En el pasado, A. fue detenido en varias ocasiones por no tener papeles. Unas veces lo dejaron ir a las pocas horas, otras veces lo retuvieron en comisaría. Por fin, terminó recibiendo una orden de expulsión, lo que le impedía para siempre solicitar la residencia legal en España por arraigo, y por lo tanto acceder a un puesto de trabajo digno. Por eso, hace unos meses E. decidió a regañadientes casarse con su novio A. Tenían cita el veintitantos de septiembre en la Policía para empezar a arreglar sus papeles. Ahora teme que todo se haya podido ir definitivamente a la mierda. También nos cuenta, con una transparencia que le perjudica, que una vez, hace ya un tiempo, A. estuvo en la cárcel, porque un informante de la policía lo acusó de robo con violencia.

Al llegar a la puerta de la comisaría, un dicharachero y jovial agente de la Policía Nacional informa a E. que, en efecto, su marido está allí dentro, que ha sido detenido por tráfico de drogas, que se le acusa de delito contra la salud pública, y que le está haciendo un gran favor al contarle más de lo que debería. E. no puede entrar a verle. Sólo un abogado, si es que lo encuentra a esas horas, podrá acceder a aquel recinto y enterarse de cómo se encuentra.

Mientras intentamos que se persone alguien con el título de licenciado en Derecho y que esté al corriente en el pago de las cuotas al Colegio de Abogados, E. nos sigue contando sus cosas. No pone la mano en el fuego por que su novio no llevase encima algo de hachís. A. no bebe alcohol, pero algún porro sí se fuma de vez en cuando. Vuelve a llorar. Desde que A. estuvo en prisión, su vida (la de los dos) es un calvario. No hay día que los policías secretas que están siempre merodeando por la plaza no les paren. A él, un día sí y otro también, le esperan en la puerta de su casa, le preguntan si lleva algo, le cachean, le atosigan. A ella, aunque es española y jamás se ha metido en un lío (la mano en el fuego ahora la pongo yo por ella), también la conocen. Quiere marcharse de una vez del barrio, pero no tiene medios para hacerlo. Incluso se plantea ir a vivir a Senegal, donde, según ella, podrían estar un poco más tranquilos. Nos dice que no aguanta más este acoso: casi a diario los policías de paisano le preguntan que si lleva algo, que dónde está su amigo. La vez que detuvieron a A. y ella se acercó sola a la comisaría para informarse, los policías fueron más explícitos que ayer:

- ¿Por qué te has casado con él? ¿Es que te gustan las pollas grandes?

Finalmente E. nos cuenta que A. vive en un piso patera en Lavapiés con 15 compañeros africanos. E. nos explica que, hasta que no mejoren las cosas, ni se plantea poder vivir a su lado. E. no tiene estudios, y sigue en paro.

- ¡Vaya narcotraficante nuestro vecino A.! - pensamos. ¿Cómo es que con la venta de drogas no ha reunido ya lo suficiente para comprarse un yate y volverse a lo grande a su Senegal?

Inmediatamente nos acordamos de aquel camello que había en la plaza, que vendía heroína (no hachís) a plena luz del día, debajito mismo de las cámaras de vigilancia, y que tenía atemorizado a todo el barrio con su navaja. ¿Por qué a él la policía no le hacía nada, y a cambio sí prefieren arruinar la vida de gente como A. y E.? ¿Por qué tuvieron que ser los vecinos, por su cuenta y riesgo, los que al final terminaran echando a aquel camello agresivo del barrio?

Pues bien, después de estar en la puerta de la comisaría de Leganitos una hora y media anoche, después de fijarnos un poco en el tipo de gente que entraba y salía, entre saludos, risas de complicidad y palmoteos de los uniformados, creemos que empezamos a descubrir la respuesta.

Finalmente, hacia las 12 de la noche conseguimos que unos abogados de la Comisión Legal de Sol se acerquen hasta la puerta de la Comisaría. Allí departen amistosamente con los policías que guardan la entrada. Después, le explican a E. que no van a poder ver a su esposo A. hasta mañana. Le explican sus derechos, y le reproducen las palabras de los uniformados. A A. se le acusa de un delito contra la salud pública. A mí personalmente, que he visto de cerca la angustia de E., me molesta un poco esa actitud remolona, la personalidad jurídica de mis compañeros de la Comisión Legal de Sol. Entiendo lo que dicen de que ellos como Comisión no pueden hacerse cargo de las consecuencias legales de cualquier acción, si no ha sido promovida directamente por el Movimiento. Entiendo que de esa forma se abriría no sé que caja de Pandora. Pero también sé que este sábado la Asamblea Popular de Lavapiés muy probablemente declarará nuestro barrio territorio libre de redadas y de racismo, y hoy estoy notando, extrañamente, que en Madrid hace bastante viento y que el sol calienta con mucha menos fuerza.

En definitiva, es imprescindible airear aquí que son absolutamente falsas y maliciosas dos de las informaciones que han publicado a bombo y platillo todos los periódicos madrileños sobre lo sucedido ayer en Lavapiés, y que sin querer afectan incluso a la opinión de nuestros compañeros del 15-M:

- "Que la Policía Municipal intentó proceder al arresto de un hombre al que seguían desde hace dos días y sobre el que se sospechaba que traficaba con drogas." A M. no le seguían desde hace dos días, sino desde hace meses. Le conocían perfectamente, sabían que era el negro que había estado en la cárcel. Lo sabían de sobra.

- "Un grupo de personas se ha enfrentado a los agentes con gritos y les han increpado con insultos por intentar practicar la detención del supuesto traficante". No señor, los vecinos nos hemos juntado indignados al ver que la policía pegaba impunemente en medio de la calle a una persona. Varios de los que se han acercado a recriminárselo, también han recibido golpes.

Especialmente sangrante me ha parecido la crónica publicada por el diario Público, copiada literalmente de Europa Press y sin ningún análisis crítico sobre lo que les contaron que había sucedido. El artículo insiste en que A. es un narcotraficante con antecedentes penales, sin fijarse en los demás factores que concurrieron ayer y que aquí hemos intentado dejar reflejados. Especialmente maliciosa es la ocultación del hecho de que la Policía Local agredió brutalmente a una persona en la calle, presunta traficante o presunta lo que sea. A los dueños del diario Público, que fueron tan elogiosos con la gente del 15-M en su momento, les preocupa seriamente lo que está pasando en nuestro barrio. Saben que una revuelta de vecinos, apoyada en masa por la población migrante, y organizada directamente contra las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, si se extendiese a otros distritos, ya no serviría para vender periódicos. Al contrario, perjudicaría seriamente su negocio. Por eso no mandaron a ningún periodista a informarse profesionalmente y prefirieron reproducir, idiotas, lo que les contaba la agencia de noticias. Si lo hubieran hecho, habrían encontrado, igual que la encontramos nosotros, a una mujer llorosa en medio de la plaza. Habrían descubierto que la realidad del barrio es puñeteramente filosa.

Los comentarios de los lectores de la noticia del diario Público lo dicen todo. Rubalcaba, Jaume Roures, la familia Azcárraga, deberán estar frotándose las manos.

Dice fulanito:

- ...por eso me congratulo de no vivir ni pisar Lavapies. Y claro que los vecinos lo saben todo, saben que a partir de ahora la farla les sale con descuento.

Dice menganito:

- ...un traficante ( presunto ) que seguian desde hace dias,con numerosos antecedentes,defendido por vecinos de lavapies,vale....pero que vecinos.??? traficantes ( presuntos ) como el.??? miembros de ongs de ayuda a inmigrantes, pues el traficante ( presunto ) es senegales.??? cuidado con fomentar estos actos de apoyo a los delincuentes ( presuntos ) al final seran ellos quienes impongan su ley en barrio,si no lo han hecho ya. muchos vecinos clamaran por mas presencia policial dentro de poco...tiempo al tiempo.!!!

http://www.publico.es/espana/386770/vecinos-de-lavapies-se-vuelven-a-enfrentar-a-la-policia

O sea que la jugada les salió redonda a los policías de Madrid, y a quienes les dan las órdenes. Mandaron a reprimir a los municipales, no a los nacionales, para que la cosa pareciera un asunto rutinario de orden público. Fue una provocación. La gente probablemente picó el anzuelo. Querían transmitir al público que los vecinos de Lavapiés somos todos unos porreros, que ya no sabemos ni para quien vendimiar; que nos da lo mismo defender a un ancianito desahuciado, que a un traficante de drogas. Que lo que queremos es la anarquía.

Pues a lo mejor sí, oigan.

O a lo mejor no.

http://www.youtube.com/watch?v=KOVaerZmwRY

domingo, 10 de julio de 2011

El chico de la última fila, de Juan Mayorga


El profesor de literatura, el alumno que escribe, la lucha de clases. El chico de la última fila, de Juan Mayorga, en Cuarta Pared hasta el 24 de julio. A los violentos, a los insurrectos que se niegan a ir a ver una obra de teatro alternativo, y a coger entre sus manos un buen libro, también se la recomiendo.

http://www.cuartapared.es/sala​exhibicion/obras/salaexhibicio​n_adultos_ninos.php?ep=243

miércoles, 6 de julio de 2011

Lavapiés, la gota que colmó el barrio


Ayer era martes, 5 de julio de 2011. Si la memoria no me falla, se cumplían 43 días desde que empezó la Revolución de Madrid.

Lo que ocurrió en Lavapiés entre las nueve menos cuarto y las diez de la noche no fue una casualidad, ni siquiera un pequeño milagro. Fue la gota que colmó el vaso.

Ayer en la estación de metro del barrio, hacia las 8.30 p.m., se produjo una redada racista, una más de las cientas que la Policía Nacional lleva perpetrando en Madrid desde hace meses, y que aparecerán publicadas, con pelos y señales, en el inminente informe Los controles de identidad racistas en Madrid. Informe 2010/2011 de las Brigadas Vecinales de Observación de los Derechos Humanos.

Un vendedor ambulante senegalés, nuestro pequeño Mohamed Bouazizi del barrio, estaba siendo vejado por varios policías nacionales uniformados en el andén del metro, por un simple par de razones: que tenía la piel de color negro y que sospechaban que podía estar cometiendo la falta administrativa de no tener vigente un permiso de residencia en España. A las 8.45 aproximadamente, los policías intentaron sacarlo del subsuelo para llevárselo arrestado, practicando así una detención preventiva y vulnerando el artículo 17.1 de la Constitución, el artículo 9.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el artículo 5.1. del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, suscrito por el Reino de España. Este delito se sumaba al que quince minutos antes habían cometido los uniformados, al haber realizado un control de identidad por perfil étnico, algo que viola de forma flagrante el derecho a la libertad y a la intimidad de las personas, el artículo 14 de la Constitución Española y el Dictamen del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas de 17 de agosto de 2009 (Comunicación núm. 1493/2006), entre otros.

Cuando intentaron salir al exterior por las escaleras del metro, se encontraron con una sorpresa: varias decenas de vecinos bien informados se habían apostado en los peldaños para impedirles la comisión de su delito. Al verlo, los policías optaron por salir del recinto del metro en el ascensor que da a la calle Argumosa. Al abrirse las puertas del artilugio, los uniformados se encontraron con que las mismas personas que les habían impedido el paso por las escaleras de acceso, y algunas más que andaban por las terrazas de Argumosa, les increpaban a voz en grito, afeándoles en la cara el crimen que estaban cometiendo. Una vez en la calle, los policías se abrieron paso entre la gente, porra en mano, y se llevaron a nuestro vecino hasta uno de los tres coches patrulla que estaban apostados en la confluencia de la calle Argumosa con la Plaza de Lavapiés. Para ello contaron con la inestimable ayuda de uno de los empleados de seguridad del metro que, excediéndose en sus funciones, y demostrando ese carácter racista y violento que a los vecinos del barrio ya nos había mostrado en otras ocasiones, les acompañó amenazante hasta la puerta del coche patrulla. Pocos minutos antes, seguramente en el ascensor, había llegado a un acuerdo con la Policía Nacional para dar un falso testimonio: que nuestro vecino de origen senegalés había sido arrestado después de haberse colado en el metro, en vez de por la verdadera razón, que era la de ser negro y encima no ir vestido como si fuera un blanco pudiente.

En el momento en que los policías intentaban llegar a su vehículo, los vecinos indignados eran más de 50, y ya sólo gritaban "¡Ningún ser humano es ilegal!", siguiendo la valiente estrategia dispuesta por la Asamblea Popular de Carabanchel en las paralizaciones de las redadas racistas del metro de Oporto en los días 4, 16 y 21 de junio, y que ya había sido adoptada por vecinos del distrito de Retiro durante una redada racista perpetrada en las instalaciones del metro de Pacífico en la noche del 30 de junio.

Cuando consiguieron meter a nuestro vecino en el coche, un compañero decidió sentarse delante del morro del vehículo, aún sobre la calzada de la calle Argumosa, con los brazos y la dignidad en alto. Los refuerzos policiales, que en ese momento ascendían ya a más de diez individuos, entre ellos varios agentes vestidos de paisano, intentaron arrestar a nuestro compañero. Al ver que muchos de nosotros nos solidarizamos con su gesto y ocupamos la calzada sentándonos con los brazos arriba, los policías decidieron resolver el problema a porrazos. Uno de ellos impactó en la cabeza de uno de los que estábamos allí sentados, que terminó atendido en las urgencias de un centro de salud público privatizado cercano al barrio.

Al final, los secuestradores lograron abandonar el lugar de los hechos arrancando por la calle Ave María, después de atropellar a una persona por el camino. En estos momentos hay dos partes de lesiones en poder de las autoridades judiciales explicando las consecuencias de aquella actuación policial violenta contra personas que se manifestaban en actitud pacífica. Además, los dos compañeros heridos tenían intención de presentar denuncia en los Juzgados de Plaza de Castilla hoy al mediodía. Lo más probable es que a estas horas la Policía, siguiendo su rutina, haya también presentado una contradenuncia contra los dos vecinos de Lavapiés heridos ayer, acusándolos de desacato a la autoridad y desórdenes públicos, fechándola unas horas antes de que ellos pusieran su denuncia. Este tipo de montajes policiales, basados en modelos de contradenuncia preestablecidos, implican prevaricación por parte de las instancias judiciales que las admiten a trámite, y deberían ser suficiente razón para que el pueblo de Madrid se sublevase. Denotan, simple y llanamente, la existencia de un estado policial disfrazado de democracia. La única forma legítima de denunciarlo y enfrentarse a él es, hoy por hoy, la desobediencia civil pacífica.

Lo peor de todo lo que pasó ayer en Lavapiés: que los policías se llevaron a su presa, de la que a esta hora aún no sabemos nada más que fue conducida a la Comisaría de Leganitos. Conociendo la actitud vengativa y paranoide de estos agentes de la Brigada de Extranjería de Madrid, sospechamos que habrá sido maltratado en dependencias policiales, y que los jefes de policía habrán movido todos sus hilos para que al joven senegalés le caiga el peor castigo: terminar con sus huesos en el CIE de Aluche, ese centro de confinamiento y tortura desde el que es casi imposible comunicarse con el exterior y, por lo tanto, explicar nada de lo que le haya podido suceder durante el traslado a la comisaría o en sus dependencias durante las 48 horas que muy probablemente esté teniendo que pasar allí dentro.

Lo mejor de todo: los policías que quedaron en la plaza, al verse cercados por un grupo de gente que les gritaba "racistas", avisaron a la policía local y a los antidisturbios, que acudieron con seis o siete "lecheras" y hasta un camión de caballería, subiendo por la calle de Valencia, hacia las 9.15 de la tarde. Las doscientas personas que para entonces nos habíamos congregado para intentar parar la redada racista, apoyados por mucha gente que se agolpaba en las aceras y hasta en los balcones, nos organizamos espontáneamente, con nuestras palmas de las manos como armas, para enfrentarnos a los aproximadamente 60 policías de la UIP que llegaron con sus pistolas H&K USP Compact y sus escopetas Franchi Modelo SPS 350 que sirven, entre otras cosas, para lanzar pelotas de goma. Los detuvimos a la altura del cruce con la calle Miguel Servet, y allí se produjo una guerra psicológica de minutos interminables, que terminamos venciendo.

En el plazo de unos veinte minutos, conseguimos que los antidistubios se retirasen. Como podrán ver en el vídeo, los despedimos con cajas destempladas en el cruce de la calle de Valencia con la Ronda de Valencia, faltando un poco para las 10 de la noche.

Cuando es tu barrio, tu plaza, el que de repente se ve invadido por unos señores disfrazados de "robocop", la sensación es muy distinta a cuando te los encuentras en medio de una manifestación por alguna calle inhóspita del centro administrativo. Es la plaza donde a diario te encuentras con tu pareja y le sonríes de lejos, la calle donde te sientas a leer y tomar una cerveza, el banco donde tantas veces has estado discutiendo sobre política con tus amigos, que después del 15-M cada vez son más.

Cuando esos tipos armados hasta los dientes entran en tu espacio con la intención de echarte, de desterrarte, entonces, inconscientemente, lo que se escenifica es una situación de guerra. De repente, resulta crucial para uno defender su territorio, hacer recular a los intrusos, proteger a los tuyos.

Lo que ocurrió en nuestro Lavapiés ayer entre las nueve menos cuarto y las diez de la noche no fue una casualidad, ni siquiera un pequeño milagro. Después del 15-M, cualquier día de diario y hasta los fines de semana en muchos locales del barrio uno se puede encontrar colectivos de personas trabajando y organizándose para que las injusticias que hemos vivido en silencio durante años porfín se acaben. Además, hay un punto de información en la Plaza de Lavapiés con gente todos los días entre las 8 de la mañana y las 11 de la noche, dispuesta a colaborar para que nunca más se nos atropelle. Las redes de personas en estado de alerta, hasta a la hora de la siesta, se van tupiendo en cuestión de días. La próxima vez que decidan entrar en el barrio, tendrán que hacerlo con más furgonetas blindadas de las que trajeron ayer. Tendrán que pensarse muy seriamente el rastrear a conciencia por la faz de todas las plazas del barrio, para encontrar nuestros papeles, nuestros teléfonos móviles, nuestros ingenios, y destruirlos. Tendrán que entrar por todos los edificios y locales del vecindario que a partir del sábado 16 tengan colgada una pancarta de "Stop redadas", sacarnos a punta de pistola de ellas y llevarnos presos.

Porque en Lavapiés, si de alguna forma no se apañan los abusos que, cada vez más frecuentemente y con mayor impunidad, el Estado y el Capital cometen contra los vecinos más indefensos, la reacción de la gente va a ser progresivamente más contundente y mejor organizada. En Madrid, si por la vía rápida esto no se arregla, entonces lo que será es la guerra.

http://vimeo.com/26031055

martes, 5 de julio de 2011

SUPutamadre

El pasado 16 de marzo, en una comparecencia ante una de las comisiones de trabajo del Congreso de los Diputados, el portavoz del Sindicato Unificado de Policía dijo textualmente (p.15): "La libertad ha sucumbido escandalosamente a la seguridad."

http://www.congreso.es/portal/page/portal/Congreso/PopUpCGI?CMD=VERLST&BASE=puw9&DOCS=1-1&QUERY=%28CDC201103160731.CODI.%29

Si esto lo dice un madero en la sede del principal órgano ejecutivo de mi país, ¿te puedes imaginar cómo es el día a día en nuestras calles?

En fin, nos quedaremos pensando la impresionante frase del final: "queremos tener los beneficios y servidumbres que se deriven de (ser policías civiles)". Curiosas mentes degeneradas las de estos tipos, que se reconocen sin tapujos a sí mismos como siervos aprovechados de quien les paga:

Para concluir, quiero trasladar a sus señorías una gran preocupación del SUP y la UFP sobre el modelo de policía que hemos implantado en la práctica operativa, que en nuestro criterio pone en grave riesgo la seguridad jurídica de los policías y vulnera los derechos constitucionales de los ciudadanos. No podemos decir cuántos millones de identificaciones, pero son millones, se producen en España cada año, sumando las que llevamos a cabo todas las policías, las del Estado, Cuerpo Nacional de Policía y Guardia Civil más las autonómicas y las locales, pero si solo en Madrid se hicieron en 2009 casi 500.000, y nos consta que la dinámica operativa de exigir un determinado número de identificaciones a los servicios operativos de seguridad ciudadana y prevención está extendida en toda la nación y es aplicada por muchas policías, podemos asegurar que son millones, y la mayoría de ellas no cumplen los requisitos que exige el Tribunal Supremo para que un agente de la autoridad pueda exigir la identificación en la vía pública a un ciudadano que resulte sospechoso de haber cometido un delito o de que puede cometerlo.

Cada año no nos pueden resultar sospechosos millones de ciudadanos, salvo que lo que interese sea una justificación estadística de la actividad policial que se lleva a efecto atentando contra los derechos de los ciudadanos. Creemos que esa deriva que se inició con la aprobación de la Ley de protección de la seguridad ciudadana de 1992, aunque muy lentamente, nos ha conducido a una situación de trabajo policial operativo en relación con los ciudadanos que ha dinamitado el discurso de la libertad y la seguridad como una balanza en permanente equilibrio. La libertad ha sucumbido escandalosamente a la seguridad. Hoy parece normal y es habitual que se instale un control en cualquier ciudad de España y se exija el documento de identidad a cualquier ciudadano que pasa por allí, o un control de vehículos, en el que si eres joven te cachean y registran el vehículo en la vía pública sin ninguna razón legal para ello y durante el tiempo que sea necesario. Y eso cuando no se provocan atascos monumentales en esos mismos controles, perjudicando a miles de ciudadanos. Nosotros creemos que salvo en el control de alcoholemia, en el que no se identifica al conductor sino que sopla y se hace en unos segundos y es un control necesario para impedir un mal mayor, en todos los demás estamos actuando con gran desprecio a los derechos de los ciudadanos y ponemos en riesgo la seguridad jurídica de los policías, que no son los responsables de actuar así porque se limitan a cumplir las órdenes que reciben de sus superiores. Señorías, no vale seguridad a cualquier precio ni vale cualquier cuerpo de policía. Y aquí enlazo este comentario con lo dicho antes respecto al artículo 1 de la Ley de derechos y deberes y el modelo de policía que se pretende.


Nosotros somos la policía civil del Estado español y queremos tener los beneficios y servidumbres que se deriven de ello, ni más ni menos, pero tenemos claro, y nadie nos va a imponer otra cosa, que queremos ser policías constitucionales que respeten escrupulosamente los derechos de los ciudadanos, porque solo así se puede honestamente plantear la exigencia de respeto a nuestros derechos profesionales, sindicales y civiles.

domingo, 3 de julio de 2011

Me llamarán



... porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta

vida es dejarse morir, sin más ni más ...

(SANCHO. Quijote, 11, cap. 74.)


Me llamarán, nos llamarán a todos.

Tú, y tú, y yo, nos turnaremos,

en tornos de cristal, ante la muerte.

Y te expondrán, nos expondremos todos

a ser trizados ¡zas! por una bala.

Bien lo sabéis. Vendrán

por ti, por ti, por mí, por todos

Y también

por ti.

(Aquí

no se salva ni dios. Lo asesinaron.)

Escrito está. Tu nombre está ya listo,

temblando en un papel. Aquel que dice:

abel, abel, abel ... o yo, tú, él ...

Pero tú, Sancho Pueblo,

pronuncias anchas sílabas,

permanentes palabras que no lleva el viento...


Blas de Otero