lunes, 5 de enero de 2015

Vota Pablito


Qué sabio este artículo sobre las elecciones a secretarios generales de Podemos publicado en la web del Grupo Antimilitarista Tortuga y escrito desde una ciudad de provincias que podría estar en Alicante, como en Grecia o en Asia Central, porque en realidad describe lo que pasa de forma recurrente en la política del globo entero.


"Elecciones internas de Podemos en mi ciudad: algunas impresiones sobre democracia y partidos políticos". 

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Cómo me gustaría que lo leyeran esos antiguos compañeros de asambleas del 15-M que hoy se han pasado a politicuchos de Ganemos Madrid. Es verdad que desde el principio se les veía el plumero: eran por lo general un poco idólatras y bastante trepas, tenían un afán de protagonismo de lo más tonto, estaban obsesionados con aparecer en los medios y encima eran poco constantes y enfadicas. Pero también es verdad que los necesitábamos. Igual que hacíamos con el niño bocazas de la plaza de mi pueblo, que voceaba el que más al empezar los partidillos de futbito y luego era el primero que se cansaba y se llevaba el balón a casa, haciéndonos jugar toda la segunda parte, las prórrogas y los penaltis con cualquier balón desinflado que hubiese a mano, en realidad nosotros los anarquistas tampoco fuimos sinceros con los actuales militantes de Podemos. Simplemente les utilizamos durante el rato que ellos participaron en el 15-M para jugar con más realismo al juego de una sociedad horizontal y asamblearia. A cambio ellos nos utilizaron a nosotros para sacar la cabeza, hacerse famosetes y curtirse en su futuro partido "con", como aquel niño de mi pueblo, con su balón flamante, nos utilizaba, pobre diablo, para creerse importante durante un rato y ensayar sus narraciones de gran locutor del Carrusel Deportivo.

¿Qué le vamos a hacer? Nos embargaba tanto la emoción de un ambiente aparentemente revolucionario y una metodología asamblearia puramente ácrata (aquello sí que fue un golazo) que a los hoy militantes de Podemos les tolerábamos sus largos discursos premonitorios de lidercillos políticos e incluso hacíamos como que les pasábamos la pelota. Aunque en realidad, seamos sinceros, solo les estuvimos utilizando para sembrar el germen del anarquismo entre otra gente que se acercaba a nuestras asambleas con una actitud menos conspicua, aferrándonos a la estructura milagrosamente construida, sugiriendo algunas certezas ideológicas, soñando por lo bajito. Qué remedio nos quedaba: el puto balón era suyo, la gran mayoría de quienes se aproximaron al 15-M (aunque no todos acabaran siendo figurantes de Podemos e incluso algunos terminaran convirtiéndose en un ejemplo de entrega y de lucha al margen de partidos políticos y sindicatos vendidos) también venía de la órbita socialdemócrata. Y con ese balón tan brillante y tan nuevo que representaban hordas de socialdemócratas acatando las reglas asamblearias de los anarquistas todo nos parecía menos anodino y más auténtico.

Cuando, después del batacazo, aquellos que se han entregado al culto a Coletas vuelvan como si tal cosa a las asambleas de pueblos y barrios que a duras penas los anarquistas habremos logrado mantener con vida, ¿qué haremos nosotros con ellos? Pues me temo yo que habrá que hacer lo mismo que con mi vecino el del balón de reglamento cuando bajaba otra vez como si tal cosa la tarde siguiente de habernos reventando el partidazo del siglo: hacer como que le abrazamos. Repudiarles en secreto, como el burro de San José a María, al tiempo que les sonreímos las ocurrencias de ponerse nariz de payaso en un piquete para parar un desahucio o vestirse con el uniforme oficial de Butragueño cuando los demás estamos arremangados en el polvo haciendo la revolución social anarquista. No vaya a ser que nos empiecen a llamar talibanes, malencarados o sectarios, y se descubra la tostada de que en realidad somos libertarios luchando junto a un proletariado que muy pero que muy lentamente va sacudiéndose lo que tiene de alienado.

Porque esa es la diferencia entre nosotros y ellos. Ellos, los forofos de Pablito, como beatos que son, están creyéndose todo el rato que una luz divina ha iluminado los tiempos que corren y les está ofreciendo, como hecho taumatúrgico, el momento histórico irrepetible, la oportunidad de tomar el poder que de ninguna manera se puede volver a desperdiciar. Mientras nosotros, que aunque nos llamen utópicos en el fondo somos infinitamente más objetivos que ellos, sabemos que lo que se está jugando hoy es solo el entrenamiento del primer partido de la liguilla de clasificación al gran torneo; que el pitido final, como un estallido, seguramente no lo oirán ni los hijos de nuestros nietos, y que en verdad con ellos, con los electoralistas, es que no se puede hacer nada.

O sea, quiero decir, sin ellos es que no podemos.