viernes, 9 de abril de 2010
Falangistas
Hola, Nené,
Espero no aburrirte mucho con esta carta, pero es que ayer me quedé todo el día rumiando una cosa que me contaste por teléfono. Me estabas hablando de tu abuelo, y de su pasado falangista, y me dijiste que la Falange en sus inicios no era fascista, que el falangismo sólo devino fascista con el tiempo.
Supongo que no habías pensado demasiado lo que dijiste, y por eso mismo me parece importante, porque es un síntoma de lo que le pasa a nuestra generación. Creo que, a la mayoría de la gente de nuestra edad en este país, nuestros padres, nuestros profesores, nuestros libros de sociales, nos dejaron ese fardo de eufemismos y medias verdades para que lo lleváramos siempre a cuestas, y arrojásemos un poco de su contenido cada vez que alguien malvado nos enfrentara a una cuestión política medio liosa.
Yo, por ejemplo, me pasé toda la vida oyendo en casa de mi madre que mi abuelo, que peleó en la Guerra Civil con los nacionales, nunca disparó un tiro, y que el pobre hombre sólo se dedicó unos meses a llevar camiones de municiones hasta la línea de fuego. En casa de mi padre, a medida que mis abuelos se hacen más viejos y las defensas les van bajando, veo que la memoria histórica va venciendo al tabú impuesto por nuestra Transición, y que cada día les cuesta más esconder su entusiasmo por aquella España de curas, guardias civiles, pantanos y garrotes viles.
¿No te parece que va a siendo hora de que, por lo menos, nos sacudamos esas medias verdades, esas mentirijillas que les han servido a nuestros padres de analgésico? Aunque sólo sea para que no se las trasmitamos otra vez a nuestros hijos, a la generación de las bimbas.
En el caso del falangismo y su relación con el fascismo, es una gran falsedad que no fuera fascista desde el principio. Incluso en sus versiones más "proletarias", como el Sindicato Único o la Falange Obrera, su ideología era plenamente fascista, porque era hermana gemela y se alimentaba de las ideas del Fascio italiano y del Nacionalsocialismo alemán (el partido que llevó a Hitler al poder se llamaba Partido Nacionalsocialista Alemán "de los Trabajadores", por ejemplo). Quiero decir que es precisamente esa ideología la que crea a Mussolini y a Hitler, y a Franco, cuyo golpe de estado, por cierto, nunca hubiera triunfado de no haber tenido la ayuda militar ultramoderna de los camisas negras y de los aviones del Führer.
En definitiva, que el falangismo en el que militó tu abuelo, y por el que suspira el mío, eran lo mismo que el fascismo. Y mucho peor que eso: eran lo mismo que sangre, genocidio y barbaridad.
Hace unos meses vi una película alemana, un documental, que se llamaba Dos o tres cosas que sé de él. Me pareció impresionante, porque el director, que se llama Malte Ludin, es el hijo menor de Hanns Ludin, uno de los grandes genocidas de la época nazi, que llegó a ser de los pocos hombres de confianza del propio Hitler. Tanto que fue ejecutado en 1947.
Bueno, pues este Malte Ludin, por lo que supe luego, no era director de cine ni nada. Había trabajado algo en la televisión, pero nunca había hecho una película. En un momento en su vida, en 2005, parece que sintió la necesidad de meterse con una cámara en casa de sus hermanos con la idea de desentrañar las miserias de su familia. Imagínate qué sentimiento de estupor, si no de culpa (¿existe la culpa retrospectiva?), debe de sentir una persona adulta que se sabe hijo de uno de los mayores asesinos de la historia. Y ese sentimiento, gracias al ejercicio de honestidad que significó rodar su película, a mí me parece que se convirtió en dignidad, porque el resultado es un análisis superhonesto, ya no sólo de su historia familiar, sino de la historia de todo un país.
Ahí estaban la madre que calló hasta la muerte, el hermano empresario, la nieta que se acabó casando con un judío... Y sobre todo, un personaje muy peculiar, el más odioso de toda la peli, que es la hermana mayor, la que niega que su padre hiciera lo que hizo, la que dice que le obligaron, la que utiliza eufemismos que esconden la nostalgia de tiempos mejores, la que recuerda una infancia feliz.
En Alemania ese personaje de la hermana mayor existe. De hecho son muchas las hermanas mayores que viven allí (no hay más que ver quién les gobierna ahora); pero hay una gran diferencia con nuestro país. Allí la negación del Holocausto es un delito y te lleva a la cárcel, y llevar un símbolo nazi también. Aquí en cambio los falangistas, los fascistas y los franquistas, que son los mismos, campan a sus anchas, hacen sus manifestaciones, tienen sus partidos, y siguen conservando el poder. No sólo el poder en la política de los telediarios (fíjate que estos días un sindicato falangista está a punto de tumbar al juez más poderoso por haber intentado indagar en los crímenes de nuestros abuelos) sino también, lo que a mí más me preocupa, en la política del día a día, en la de las conversaciones de mis amigos.
Una mentira no es piadosa si el bien que produce (nuestra comodidad) también implica perpetuar el dolor del prójimo. Al hijo o al nieto de alguien que murió defendiendo un gobierno democrático o simplemente un mundo mejor, si es que es una persona consciente de su pasado, le tiene que doler mucho escuchar a alguien decir que los verdugos de su padre o de su abuelo no eran fascistas, sino que eran... Te diría, ¿qué eran entonces?, ¿qué coño eran? Porque no habrán tenido la oportunidad de ir a su padre o a su abuelo a preguntarles por un buen adjetivo.
Ahí te mando un besote,
Favila