Algo está pasando en el ombligo de Europa, y algo bueno además.
El año pasado, mientras los miembros del jurado del Festival de Berlín se rendían a los encantos de Will Smith y sus pistolas y entregaban el premio a una peli de tiros exóticos como Tropa de elite (2008), allí delante de sus narices, al lado de su casa como quien dice, se estaban cocinando películas maravillosas.
Este año nos ha llovido, como agua bendita, la maravillosísima Jerichow, de Christian Petzold (2008), y La cinta blanca, de Michael Haneke (2009), también hecha sobre una historia alemana y con dinero alemán. Ayer, para remate de la serie, vimos otra obra maestra: Lourdes, de Jessica Hausner, antigua ayudante de Haneke.
Da la impresión de que la semilla que con toda su mala leche entrañó el Fatih Akin de Gegen die Wand en 2004 está prendiendo más fuerte que la de paz y buenos alimentos sembrada por la horripilante Good bye Lenin (2003), tan aplaudida aquí por los aficionados a las historias de transición política contadas según el método Alcántara.
De hecho, ya hacía algún tiempo que se venía anunciando la explosión de buen cine alemán de este año. En otoño habíamos ido bastante desganados a ver un ciclo de cine documental de aquel país, y nos llevamos un sorpresón de lo más agradable, con alguna peli divertida como Full metal city (de Hyung Cho, 2006), y muchas, muchas sobre tema político, pero desde un punto de vista bastante más digno que el de Good bye Lenin: Zwei oder drei dinge, die ich von ihm weiß (Dos o tres cosas que sé de él), de Malte Ludin (2005); 7 Brüder (7 Hermanos), de Sebastian Winkels (2003), y, sobre todo, una obra que rompía todos los esquemas por lo temeraria y por lo sincera: Das Netz, de Lutz Dammbek (2003).
Así que, frente a la falta de ideas de los latino-europeos, parece que los teutones, con la inefable ayuda de sus aliados los sesudos austrohúngaros, vuelven a conquistarnos el cine.
Lourdes
Jessica Hausner (2009)