lunes, 26 de abril de 2010

Qué vida más triste

Vaya por dios, pues resulta que ayer nos tragamos una buena gilipollada, y de nacionalidad alemana. Se llama Ein Freund von mir (Un amigo mío), de Sebastian Schipper (2006).

A lo mejor resulta que estábamos sacando conclusiones apresuradas, como es nuestra costumbre, y el cine independiente alemán de estos días no es para tanto. Lo de ayer, por lo menos, era un claro ejemplo de que el modelo de cursilería, falta de imaginación y estupidez política de Good bye Lenin ha cundido. La verdad, después de una chorrada de este calibre, dan muchas ganas de comerse con patatas lo que uno dijo y salir corriendo para otro lado.

Además, cuando dijimos que los países latinos de Europa no estaban haciendo nada últimamente en cine, estábamos metiendo la pataza de lo lindo. El cine rumano es con diferencia, de lo que yo he visto, lo más fresco e interesante que está ocurriendo en el mundo estos últimos años. Y ahí la sombra ya no es la del dinero alemán, sino más bien la de Francia y sus instituciones imperiales y francofonistas.

Desde hace cinco años aproximadamente no puede ser casualidad que nos hayan impresionado tanto Lucien Pintilie, Ion Mihaileanu, Cristi Puiu, y este Corneliu Porumboiu, el de A fost n-a fost? (12:08, al este de Bucarest, 2006), que el año pasado volvió a hacer una verdadera obra de arte, un alegato a la paciencia narrativa y al buen gusto. Se llama Politist, adjectiv, y ahí va un cachito que trata, como no podía ser menos, sobre el tema más conmovedor de la historia de las historias, desde el Quijote hasta nuestros días: el de la vida, que es muy triste.



Corneliu Porumboiu.
Politist, adjectiv (2009)