domingo, 29 de agosto de 2010

Laureado

Vaya, pues parece que en el cine italiano también cuecen habas. Menudo tostón nos hemos tragado hoy con los Cien clavos del laureado Ermanno Olmi.

Sí sí, "laureado" como dicen los italianos, señor doctorsito, Ermanno Olmi es otro de esos catedráticos que se ponen detrás de una cámara a darte la brasa con sus pedanterías alegóricas. Qué malos regüeldos me han estado viniendo con sabor a cebolletas, con gusto a vinagre de Basilio Martín Patino y a Portabella nuestra de todos los días.
Pues anda que en Portugal, para ellos también tienen con el carcamal de Oliveira.

¿Será tan difícil encontrar alguna buena historia que contar en nuestra Europa mediterránea? ¿Tanto hemos cambiado en treinta años, que de aquellas palmas de oro nos han venido estas bocas de cerdos?

Yo más bien creo que lo que pasa es que estos directorones, recocidos en sus egos, ya no tienen la humildad ni la humanidad necesaria para acercarse a un espectador a contarle una historia, un cuento sencillamente. Es que es sentarse nadamás dos minutos delante de estas películas y ya está uno viendo asomar mostrenco el plumerón del director, ese ombligazo que, con la apariencia siempre de la alegoría, impide dejar fluir cualquier posible relato que hubiera detrás.

Una cosa más que sintomática de esto, en la última peli de este pedante de Ermanno Olmi, es que las voces de los actores (que son malos como condenados por cierto) están dobladas, en algunos casos incluso por otros actores diferentes. ¿Qué coño te va a importar la película que estás contando si no dejas que los actores te la hagan caminar, te la moldeen, te ayuden a comunicarla? Sólo un director demasiado pagado de sí mismo podría no darse cuenta de eso y cambiar sus voces por las de otros.

Vaya una diferencia con los grandes realizadores, los que nos emocionan de verdad (Jaime Rosales, Guerín, Reygadas), que se ve que andan buscando precisamente todo lo contrario: dejar que sus actores hagan y deshagan, o por lo menos se crean que lo hacen, investigar justamente en el azar de la representación, porque sólo de un buen trabajo de los actores dependerá que nos creamos su historia primero, y la sintamos nuestra después.


Centochiodi. Ermanno Olmi. 2007