A mí me gusta pensar que el cine es el reflejo de la sociedad, la política de un país.
Aquí hemos hablado del maravilloso cine iraní, su lucha inteligente contra la barbarie y la represión. Y al contrario, de cómo el fin de la censura y la llegada del "estado de bienestar" volvió ñoños y acomodados a los realizadores españoles. También hemos hablado del muy correcto cine alemán y japonés de nuestros días, del éxito comercial del docudrama brasileño, espejo inmoral de una potencia que emerge a costa de sus masas de miserables. Hemos hablado del aliento radical del cine ruso (Shultes, de Bakur Bakuradze, 2008) y del milagro rumano, retrato rebelde y necesario de una sociedad podrida en la crisis del capital.
Pues bien, si es cierto eso que a nosotros nos gusta pensar, algo muy gordo está pasando de verdad en Grecia. Diosabe si lo que ocurre en sus calles en estos días será el eslabón perdido en este mundo de mierda o la mecha que lo vaya quemando para que porfín empiece a oler mejor. En todo caso, en el cine griego ha ocurrido algo insólito, maravilloso. Se llama Kynodontas, y ha venido para tocarles las narices a los civilizados espectadores de toda Europa.
Kynodontas
Yorgos Lanthimos (2009)