miércoles, 24 de febrero de 2010

Boda kurda

Gomgashtei dar Aragh.

Bahman Ghobadi. 2002.



A mí Ghobadi me parece un poco histérico. Me saturan bastante todos esos cambios de humor y de tono en tan poco tiempo. Sinceramente no lo alcanzo a comprender. Es posible que él mismo, en sus inicios, quisiera ser un poco el Kusturica del cine iraní, para enfrentarse con un toque cínico y agerrido a los discípulos de Kiarostami, los Makhmalbaf, Panahi y compañía, los sentimentales. Pero a mí ya te cuento que me sobrepasa, "me resulta inverosímil", como decía el otro.

Y eso que S., por ejemplo, dice que esta Gomgashtei dar Aragh es muy real, que el pueblo kurdo es así de visceral. Pero yo, sinceramente, no me lo creo. También he oído a varios iraníes decir que los kurdos de su país no son como los turcos o los de Iraq, que viven a gusto, muy integrados incluso en las grandes ciudades, y sin ningún afán de independencia. Chorradas.

La prueba de esa histeria de Ghobadi, aparte de los tormentos de su propia biografía (me suena que intentó suicidarse varias veces, que hoy vive exiliado ((doblemente)) en Europa, que su pareja, una periodista gringa, fue encarcelada este verano acusada por los tiranos de espionaje...), digo que la prueba de ese carácter histérico de Ghobadi es la pastelada de peli que le consagró aquí en España, la de Las tortugas también pueden volar (Lakposhta parvaz mikonand, 2004). Ahí, si mal no recuerdo, no había metralletas de risa, ni bodas que acaban en llantos, ni nada de esa locura que veíamos dos años antes. Había niños pobres del Kurdistán que intentaban echar a volar cometas entre las minas.

Lo que quiero decir es que Ghobadi, al fin y al cabo, es un gran consumidor de cine europeo y amolda su maravillosa materia prima un poco a lo que mejor conviene en cada caso. De hecho, en una entrevista una vez le escuché algo que me llegó al alma. Contaba cómo empezó a ir al cine en el pueblo de su abuelo, y cómo esa fascinación de niño se convirtió en una especie de sacrificio para él, una obligación. Literalmente creo que decía que él no podía entender que la gente fuera al cine a divertirse; que él, desde pequeño, había ido al cine para aprender. Algo tan entrañable como eso, creo que en Ghobadi se puede convertir con los años en algo dañino. De hecho su última película (que ya me han anunciado que es una caca, por cierto), Nadie sabe sobre gatos persas (Kasi az gorbehaye irani khabar nadare, 2009) , se une al social club de los documentales sobre música (Wenders, Trueba, Fatih Akin, Saura, su puta madre...) O sea que, igual que hace unos años parece que se ganaba San Sebastián con películas de niños y cometas, ahora para petarla en los cines independientes habría que hablar de músicos bajofonderos en un país del tercer mundo.

Bueno, esperemos a ver Los gatos persas. Que es que somos de un prejuicioso, chico.