lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Quién baila mejor: Ava Gardner a los 32 años o una vieja octogenaria de Badajoz?



Uno siempre tiene que aparecer como el intolerante o el déspota cuando comenta delante de un grupo de amigos o conocidos que no consume cine de Hollywood, ni escucha música rock, ni pop, y la cara suele ser de aburrimiento o de risa las pocas veces que le dejan a uno explicar que es una cuestión de conciencia, porque el cine norteamericano y la música anglosajona son, para él, la principal arma de imposición de un pensamiento global único, borrego y acrítico, mucho más incluso que las invasiones militares, los tratados de libre comercio o la manipulación de los medios de comunicación de masas.
En los raros casos en que alguien un poco sensible quiere entrar al trapo de la conversación, el alegato suele ser el mismo: ¿y el cine clásico americano?, ¿y John Huston, no has visto ninguna peli de John Huston?, ¿no sabrías decirme un solo verso de Bob Dylan? Y uno encima acaba quedando como ignorante: ¿Bob Dylan no era ése que salía promocionando la Expo de Zaragoza?
Bueno, pues el otro día, saltándome mi estricto régimen, y un poco apechugado por ese sentimiento de ignorancia que a mí se me vuelve culpa, me fui a la Filmoteca a ver una peli de Joseph Mankiewicz: La condesa descalza. No me negaréis que Mankiewicz es uno de esos popes de la cultura norteamerciana que deberíamos consumir aunque seamos críticos, uno de esos autores que supuestamente hacen dinamitar el sistema desde dentro del sistema, un espíritu libre y cínico viviendo en el mismísimo "nido de la perra", como dicen los colombianos. Yo, además, me repetía a mí mismo que aquello no entraba en la categoría de cine de Hollywood, puesto que en aquellos primeros 50 todavía el Hollywood gringo competía casi en igualdad de condiciones con la Cinecittá de Roma, o incluso con la industria mexicana.
Allí estaban, por supuesto, esos señores de chaqueta de pana y gafas de pasta, protagonistas potenciales o reales de sesudas tertulias de cinéfilos, hombres cultos y cultivados, y muchos de ellos, a buen seguro, orgullosamente "de izquierdas". Y allí hicieron sus corrillos a la salida, compitiendo a ver quién decía con admiración más grande: "¡qué gran recurso el del cine dentro del cine!", "¡qué genialidad la de los flashbacks!", y, aparte de todo, "¡cómo estaba Ava Gardner, cómo trabajaba!".
Y yo me fui a casa preguntándome si de verdad esos señores se creen lo que dicen, si no se han fijado mínimamente en el desastre de bailecito flamenco de Ava Gardner (que hoy en día si lo hiciera Paris Hilton, por ejemplo, protagonizaría todos los zappings de risa), si no se preguntan qué significa que María Vargas y los condes de Torlato-Favrini hablen para sí y entre sí en inglés. ¿No ven que frivolizar las culturas ajenas es el mejor arma para homogeneizarlas y absorberlas? ¿Pero cómo no se acuerdan de que Calderón de la Barca ya usaba los flashbacks y el gran teatro del mundo para distraer a los sensibles y vender su Imperio a las masas?

En definitiva, me preguntaba si esos señores cultos no se habrían planteado nunca boicotear, aun a costa de sus recuerdos, esa fábrica de propaganda que es el cine de Hollywood, desde su nacimiento hasta hoy. Porque yo sí, yo de momento pienso seguir haciéndolo.