Pues sí, con Carancho quedan más que confirmadas nuestras sospechas sobre el proceso de alucinación de Pablo Trapero el bueno. De hecho, yo me acuerdo que "alucinado" era el peor insulto que le podían llamar a uno en el patio de colegio. Era el grito unánime cuando, en medio de un partidillo de fútbol, a uno (el más malo normalmente) se le cruzaban los cables, se creía el mago del balón y no pasaba la bola. O cuando, en medio de una charla entre colegas, se ponía a contar algo inverosímil con la única intención de hacerse el importante. O sea, cuando lo que hacía uno era el ridículo. Ése solía ser el principio del fin de una buena pachanga o de un buen intercambio de experiencias.
Pues eso, Trapero, ahí te quedas con tus tiritos y tus carreritas de coches. A mí se me han quitado las ganas de seguir contemplándote. Qué pena contigo, de verdad, carajo.