Sin las ñoñerías habituales de las historias que desde Europa pretenden hablar de la religión y el machismo en el "Tercer Mundo", el escritor afgano Fatiq Rahimí ha hecho de su novela La piedra de la paciencia una obra completa. Golshifteh Farahaní, actriz iraní perseguida por la teocracia de machirulos capitalistas de su país y actualmente exiliada en Italia, encarna a la perfección a esa víctima universal del patriarcado y de la psicosis colectiva que para Freud era la religión: una madre joven que podría vivir en Afganistán igual que en Francia, en Galicia o en Marruecos, donde están rodadas la mayoría de las pocas escenas de exteriores que hay en la película. Al lado del patriarcado y de la religión, en perfecta simbiosis, conviven siempre el capitalismo y la guerra, cuyas consecuencias devastadoras son siempre infinitamente más duras para las mujeres.
El persa antiguo (farsi dari) de la mitad de los habitantes de Afganistán, como el castellano viejo de Carmen Sotillo en Cinco horas con Mario, sirve al personaje interpretado por la maravillosa Golshifteh para canalizar su personal revancha contra ese mundo controlado por hombres paranoicos que viven sometidos a un Dios que guía y persigue cada uno de sus gestos, incluidos los de la vida íntima, y que proyectan su sometimiento cobarde a ese Dios entrometido en forma de violencia contra sus mujeres.
La delicadeza, la serenidad y la sinceridad de esta película hecha por dos exiliados en Europa (Rahimí, afgano viviendo en Francia, y Golshifteh Farahaní, iraní expulsada a Italia) me ha traído al recuerdo, por contraste, la violencia barata, el espectáculo y la propaganda socialdemócrata de una película que vi hace tiempo: Die Fremde (Cuando partimos, 2010), de uno de esos alemanes descendientes de turcos, estómago agradecido a la Europa de las oportunidades, llamado Feo Aladag.
Esas películas alemanas que intentan repetir facilonamente el merecido éxito de Fatih Akin con su Gegen die Wand (Contra la pared, 2004) son un poco el contrapunto de La piedra de la paciencia. Intentan hablar de la violencia endémica de los machos cabríos en territorios dominados por el Islam, pero con los recursos del esteoreotipo cinematográfico occidental, que en sí mismos son también machistas: la violencia explícita, la acción, la musiquita climática y, lo que es peor, una visión maniquea del mundo que acaba destilando propaganda en favor de la Europa del bienestar y la multiculturalidad frente al Oriente Medio y medieval intransigente. En ese sentido, La piedra de la paciencia, caída en las manos inadecuadas de un lado (Bernard-Henri Levy y sus amigos, por ejemplo) o del otro (algún ulema pajero tipo el Mulá Omar de Afganistán) podría convertirse en objeto de halagos o "fatuas" que otorguen a esta película un éxito dañino.
Aunque no creo que ocurra. La película es tan buena y refleja con tanta precisión y sutileza el sufrimiento de las mujeres en el mundo, que no creo que le permitan pasar de los galardones en el FICXixón y en algún que otro festival para gafapastis reconvertidos en activistas de butacón. Porque la mayoría de los espectadores, en el fondo y aunque algunos tengamos nuestros micromachismos, somos alarmantemente sensibles.
La lucha en las calles contra quienes intentan imponernos su miseria mental bien merece un respiro en el cine con La piedra de la paciencia, de Fatih Rahimí.
El persa antiguo (farsi dari) de la mitad de los habitantes de Afganistán, como el castellano viejo de Carmen Sotillo en Cinco horas con Mario, sirve al personaje interpretado por la maravillosa Golshifteh para canalizar su personal revancha contra ese mundo controlado por hombres paranoicos que viven sometidos a un Dios que guía y persigue cada uno de sus gestos, incluidos los de la vida íntima, y que proyectan su sometimiento cobarde a ese Dios entrometido en forma de violencia contra sus mujeres.
La delicadeza, la serenidad y la sinceridad de esta película hecha por dos exiliados en Europa (Rahimí, afgano viviendo en Francia, y Golshifteh Farahaní, iraní expulsada a Italia) me ha traído al recuerdo, por contraste, la violencia barata, el espectáculo y la propaganda socialdemócrata de una película que vi hace tiempo: Die Fremde (Cuando partimos, 2010), de uno de esos alemanes descendientes de turcos, estómago agradecido a la Europa de las oportunidades, llamado Feo Aladag.
Esas películas alemanas que intentan repetir facilonamente el merecido éxito de Fatih Akin con su Gegen die Wand (Contra la pared, 2004) son un poco el contrapunto de La piedra de la paciencia. Intentan hablar de la violencia endémica de los machos cabríos en territorios dominados por el Islam, pero con los recursos del esteoreotipo cinematográfico occidental, que en sí mismos son también machistas: la violencia explícita, la acción, la musiquita climática y, lo que es peor, una visión maniquea del mundo que acaba destilando propaganda en favor de la Europa del bienestar y la multiculturalidad frente al Oriente Medio y medieval intransigente. En ese sentido, La piedra de la paciencia, caída en las manos inadecuadas de un lado (Bernard-Henri Levy y sus amigos, por ejemplo) o del otro (algún ulema pajero tipo el Mulá Omar de Afganistán) podría convertirse en objeto de halagos o "fatuas" que otorguen a esta película un éxito dañino.
Aunque no creo que ocurra. La película es tan buena y refleja con tanta precisión y sutileza el sufrimiento de las mujeres en el mundo, que no creo que le permitan pasar de los galardones en el FICXixón y en algún que otro festival para gafapastis reconvertidos en activistas de butacón. Porque la mayoría de los espectadores, en el fondo y aunque algunos tengamos nuestros micromachismos, somos alarmantemente sensibles.
La lucha en las calles contra quienes intentan imponernos su miseria mental bien merece un respiro en el cine con La piedra de la paciencia, de Fatih Rahimí.