viernes, 18 de octubre de 2013

Despierta, destapia


Ursula Meier. Home.  
Suiza / Francia / Bélgica. 2008

jueves, 17 de octubre de 2013

Amor siluro

Las pelis de Semih Kaplanoglu fueron sin duda el mejor descubrimiento cinematográfico que hicimos el año pasado. Su trilogía sobre la vida de provincias en la región turca del Mar Negro (Yumurta [Huevo], 2007; Sut [Leche], 2008, y Bal [Miel], 2010), que pudimos disfrutar durante unas semanas en el cine Golem de Madrid, nos despertó un amor indescriptible por ese cine escurridizo, simbólico y solo en apariencia sencillo que, como por arte de magia, está surgiendo de forma parecida en lugares muy distantes del planeta, especialmente en eso que los capitalistas llaman "países emergentes".

Siempre a la sombra del maravilloso cine iraní de los noventa, emociona darse cuenta que Kaplanoglu cuenta historias de la vida cotidiana en pequeñas localidades de provincias de la misma manera que las cuentan los argentinos Mariano Llinás, Lucrecia Martel o Lisandro Alonso, o Jairo Boisier en Chile, o Cristian Mungiu o Porumboiu en Rumanía, o Piotr Dumala en Polonia, o el chino Wang Bing, o el mexicano Reygadas, o Harutyun Khachatryan, el increíble documentalista armenio.

No hablamos de odas a la descansada vida aldeana, nada de eso. Por lo general lo que analizan estas películas es la vida semiurbanita de la gente que habita en zonas medio industrializadas del mundo, muchas veces alejadas cientos de kilómetros de las grandes megalópolis, de los grandes núcleos de población que normalmente ambientan y protagonizan las películas que llegan a nuestros cines desde la "periferia" del mundo. En definitiva, hablan de la vida que vive aproximadamente la mitad de los habitantes de este planeta.

Parece como si estos narradores de historias se hubieran dado cuenta de que esa existencia falsamente inocua de mujeres y hombres corrientes que habitan espacios sin demasiad gracia merece toda la atención en estos tiempos que corren. Por una parte es un universo en peligro de extinción, puesto que el acecho de la burbuja inmobiliaria y la sobrepoblación mundial hacen que en breve estas regiones puedan convertirse en simples extensiones, maquinales espejismos de lo que pasa en las grandes capitales. Y al mismo tiempo, podría ser que la estafa económica global que estamos presenciando provoque un retorno masivo hacia estas zonas, como ya está ocurriendo en España.

En todo caso, fotografías dilatadas, sin más ornamentos que la belleza del paisaje, y relatos sosegados, sin forzar los argumentos, parecen la elección más digna a la hora de acercarse a mirar a estos seres humanos, como el lechero de Sut, cuya tensa existencia tranquila podría estar a punto de alterarse para siempre.

miércoles, 16 de octubre de 2013

La paciencia de los adoquines

Sin las ñoñerías habituales de las historias que desde Europa pretenden hablar de la religión y el machismo en el "Tercer Mundo", el escritor afgano Fatiq Rahimí ha hecho de su novela La piedra de la paciencia una obra completa. Golshifteh Farahaní, actriz iraní perseguida por la teocracia de machirulos capitalistas de su país y actualmente exiliada en Italia, encarna a la perfección a esa víctima universal del patriarcado y de la psicosis colectiva que para Freud era la religión: una madre joven que podría vivir en Afganistán igual que en Francia, en Galicia o en Marruecos, donde están rodadas la mayoría de las pocas escenas de exteriores que hay en la película. Al lado del patriarcado y de la religión, en perfecta simbiosis, conviven siempre el capitalismo y la guerra, cuyas consecuencias devastadoras son siempre infinitamente más duras para las mujeres.

El persa antiguo (farsi dari) de la mitad de los habitantes de Afganistán, como el castellano viejo de Carmen Sotillo en Cinco horas con Mario, sirve al personaje interpretado por la maravillosa Golshifteh para canalizar su personal revancha contra ese mundo controlado por hombres paranoicos que viven sometidos a un Dios que guía y persigue cada uno de sus gestos, incluidos los de la vida íntima, y que proyectan su sometimiento cobarde a ese Dios entrometido en forma de violencia contra sus mujeres.

La delicadeza, la serenidad y la sinceridad de esta película hecha por dos exiliados en Europa (Rahimí, afgano viviendo en Francia, y Golshifteh Farahaní, iraní expulsada a Italia) me ha traído al recuerdo, por contraste, la violencia barata, el espectáculo y la propaganda socialdemócrata de una película que vi hace tiempo: Die Fremde (Cuando partimos, 2010), de uno de esos alemanes descendientes de turcos, estómago agradecido a la Europa de las oportunidades, llamado Feo Aladag.

Esas películas alemanas que intentan repetir facilonamente el merecido éxito de Fatih Akin con su Gegen die Wand (Contra la pared, 2004) son un poco el contrapunto de La piedra de la paciencia. Intentan hablar de la violencia endémica de los machos cabríos en territorios dominados por el Islam, pero con los recursos del esteoreotipo cinematográfico occidental, que en sí mismos son también machistas: la violencia explícita, la acción, la musiquita climática y, lo que es peor, una visión maniquea del mundo que acaba destilando propaganda en favor de la Europa del bienestar y la multiculturalidad frente al Oriente Medio y medieval intransigente. En ese sentido, La piedra de la paciencia, caída en las manos inadecuadas de un lado (Bernard-Henri Levy y sus amigos, por ejemplo) o del otro (algún ulema pajero tipo el Mulá Omar de Afganistán) podría convertirse en objeto de halagos o "fatuas" que otorguen a esta película un éxito dañino. 

Aunque no creo que ocurra. La película es tan buena y refleja con tanta precisión y sutileza el sufrimiento de las mujeres en el mundo, que no creo que le permitan pasar de los galardones en el FICXixón y en algún que otro festival para gafapastis reconvertidos en activistas de butacón. Porque la mayoría de los espectadores, en el fondo y aunque algunos tengamos nuestros micromachismos, somos alarmantemente sensibles. 

La lucha en las calles contra quienes intentan imponernos su miseria mental bien merece un respiro en el cine con La piedra de la paciencia, de Fatih Rahimí.


martes, 15 de octubre de 2013

Japositivas


Taiyô no hakaba (El entierro del sol). 
Nagisa Oshima. Japón. 1960.