Un grupo de unas doscientas personas nos fuimos anoche a dormir junto al Congreso, no a celebrar ese inmenso aniversario de 30 días, sino a denunciar el último trámite parlamentario de la Reforma de la Negociación Colectiva. Nuestro plan de acción junto al Congreso lo habíamos llamado "Acampada de Buenos Días Diputados e Imputados", y es verdad que su objetivo, con las escasas fuerzas que al final juntamos, no podía ser el de parar esa reforma infame que nos hará más pobres. Pero sí era una acción visible, combativa, y nos sumamos a ella alegremente indignados.
A las 4 de la mañana abrimos un ojo. Al principio no nos lo podíamos creer. Un grupo de los acampados estaba apoyado contra las vallas que nos impedían el paso al Parlamento y hablaba distendidamente con los policías que nos acordonaban. Caras hermosas, luminosas, ya muy familiares después de tantos días, intercambiaban palabras suaves con aquellos rostros duros, férreos, animales. El jefe de la jauría, un funcionario bajito y dicharachero que ya conocemos de alguna otra batalla, hablaba de sus aficiones musicales con los manifestantes. Los uniformados que le escoltaban en una fila más atrás, mucho más altos y corpulentos, estallaban a veces en grandes carcajadas. Vaya usted a saber sabe cuál era la razón de aquellas risotadas, pero en todo caso, sí puedo decir que, por primera vez desde que comenzó todo esto, anoche vi policías antidisturbios que, estando a menos de un metro y medio de los indignados, no sentían la necesidad de acariciarse, machos dominantes, la empuñadura redonda de su arma reglamentaria. Incluso llegué a pensar que quizá algún día, cuando abandonen ese uniforme y renuncien al salario indigno que cobran cada mes por cometer sus tropelías, aquellos policías podrían llegar a ser humanos.
Mis compañeros de acampada, yo no sé lo que les estarían diciendo. Lo sentí mucho. Quizá nos equivocamos, y les pido disculpas por adelantado. Pero anoche, a las 4 de la madrugada, decidimos ponernos las gafas de ver deprisa, recoger la esterilla, y enfilar nuestros pasos hasta la casa. Fíjese bien el señor comisario en la grabación de la cámara que tiene usted situada en la esquina de la carrera de San Jerónimo con el Paseo de Recoletos. Nos podrá ver, con camiseta azul oscura y gafas de miope, levantarnos y salir insurrectos del campamento.
En Madrid, yo tengo compañeros que, por haberse manifestado de forma pacífica a favor de una causa que yo considero la más justa, muy recientemente han sido torturados en calabozos por agentes de la Policía Nacional. Y encima de eso, ahora enfrentan cargos de hasta tres años de prisión, que pueden arruinar definitivamente sus vidas. En Madrid, tengo familiares que en cualquier momento pueden ser secuestrados por la calle y deportados de mi hogar y de mi compañía porque el color de su piel no se ajusta a los gustos de los policías nacionales y de quienes les dan las órdenes.
Anoche sentí que mi revolución se estaba desinflando.
Sin embargo, justo antes de acostarme en mi cama, me llegó este vídeo de lo que había pasado en el metro de Oporto la noche anterior. Me devolvió la esperanza en un verdadero cambio.
Ojalá que a ustedes también les reconforte.
Que tengan mucha salud (y feliz puente) aquellos de ustedes que todavía luchan.
http://www.youtube.com/watch?