En realidad, ayer faltaba ya muy poco para el primer aniversario de la manifestación del colectivo “Juventud sin futuro”, que dio el pistoletazo de salida a las multitudinarias movilizaciones de la pasada primavera en Madrid. La emotividad del ambiente anoche en la plaza de Sol era exactamente el mismo del de aquella tarde del 7 de abril enfrente del museo Reina Sofía.
Muchos, a día de hoy, se reirán descarados al escuchar que alguien todavía llama “revolución” a ese movimiento fundamentalmente ciudadanista que se dio en llamar a sí mismo 15-M. Muchos, incluido este humilde redactor, se han sonrojado en más de una ocasión cuando le hemos puesto el nombre de “Spanish Revolution” a nuestras cachazudas acampadas, o de “Tahrir” o de “Kasba” a nuestras plazas de cemento concreto. Cuando el símbolo que nos une en nuestra red estos días responde a la etiqueta de #primaveravalenciana, algunos nos sentimos un poco ofuscados, dudamos de si seremos honestos o si, por el contrario, se nos estará yendo toda la fuerza por donde los peces dicen que se mueren.
Pero lo cierto es que hay una realidad esperanzadora que hace especial al Movimiento 15-M en Madrid, en su relación con el mundo. Cuando vemos imágenes del Argentinazo en 2001, o de las protestas en Teherán en mayo de 2009, o las de la primavera recurrente que brota en El Cairo cada dos o tres semanas, sentimos que lo que allí había era un montón de gente desarmada cuya única estructura era la rabia. En Madrid en cambio la estructura ha sido antes que la rabia. En estos nueve meses se ha configurado una intrincada red de asambleas barriales e interbarriales, con sus respectivos grupos de trabajo y comisiones que también se relacionan entre sí en el nivel barrial e interbarrial, y con su asamblea madre, la Asamblea Popular de Barrios y Pueblos de Madrid, la A.P.M., que todavía convive con la A.G.Sol, la asamblea general de cuando aún dormíamos en nuestra plaza del centro.
Todas estas asambleas siguen viviendo hoy día, y en estos nueve meses han fortalecido mucho su cascarón, que no sus entrañas. Existen, están ahí, aunque es muy cierto que, por falta de personal durante el invierno, no han podido sacar adelante con éxito muchas de sus propuestas de movilizaciones. Ni siquiera, algunas semanas, han logrado constituirse. Pero si las nuevas oleadas de gente airada que salga a la calle en las próximas semanas o meses saben canalizarse hacia esta estructura ya creada (y no caer en las garras de los sindicatos traidores, por ejemplo), si la rabia va en aumento, el hecho de haber sabido fortalecer y mantener esa estructura habrá sido algo crucial. Con el esqueleto ya hecho, sólo nos falta el músculo y la víscera para convertirnos en un verdadero cuerpo revolucionario. El poder de cambio real en esta ciudad, el potencial del 15-M madrileño, se multiplica exponencialmente con una organización sólida a nuestras espaldas. Porque no es lo mismo salir a la calle a derrotar un gobierno, para que después se ponga otro, que salir a la calle con una alternativa política, organizada, precocinada y encima simpática a la mayoría de la población.
Del potencial revolucionario de esta magnífica estructura asamblearia no son conscientes muchos agoreros, que en algún momento colaboraron y fueron amables con el 15-M, y que desde hace meses andan por ahí prediciendo su muerte. En general, si hacen eso, es porque ya no están dentro. Los unos porque pertenecen a colectivos y organizaciones que se dicen revolucionarias y, por coherencia, han preferido replegarse a trabajar en sus covachas a seguir entregando sus esfuerzos a esos españoletes aburguesados que, en asambleas y manifestaciones, todavía siguen reproduciendo obscenamente los eslóganes más putrefactos de los políticos liberales. Los otros que han desaparecido del Movimiento quizá sean los más numerosos: son los miembros de una clase social desclasada cuyo único objetivo al acercarse a las asambleas del 15-M fue que por fin, por una vez en su vida, más de cuatro personas a la vez escuchasen algo que en la intimidad se les había ocurrido. Buscaban en las asambleas los amigos con quien tomar el vermú los domingos o las cañas entresemana, mientras hacían como que hacían algo por una causa socialmente regeneradora. Cuando vieron que muchos de los que íbamos quedando en realidad teníamos ganas de revolver, como un calcetín, el mundo, tuvieron que irse sin escándalo.
Si lo miramos bien, no es trivial ninguna de las respectivas causas de los que, quizá hasta anteayer día 21 de febrero de 2011, se han ido apartando del 15-M. Porque ser de corazón revolucionario y avergonzarse de compartir tu tiempo con seres humanos obsesionados con su inmerecido estado de bienestar es tan legítimo, tan potente y tan humano como ser un burgués acomodado que, habiéndose dado cuenta ya de lo solo que uno vive en estas ciudades descarnadas por el capitalismo y el consumo, se retira a seguir disfrutando, mientras duren, de los pocos privilegios que injustamente le han sido otorgados por nacer aquí en vez de en ningún otro sitio.
Lo que sí me parece criticable es que ambos grupos humanos “ex-15-M” (los rebeldes y los acomodados) anden por ahí prediciendo, medio golosos, nuestro fenecimiento. Ponen así en bandeja toda nuestra fuerza a organizaciones reaccionarias, como CCOO o UGT, o sus brazos políticos IU o PSOE, carroñeros que se alimentarán de nuestra carne muerta, previamente reblandecida por los palos.
En fin, la importancia de lo vivido hace dos noches por las calles del centro de Madrid se puede calibrar por el tono del artículo que un mercenario de la comunicación como F. Javier Barroso publicó enseguida en la hoja parroquial de El País. Volvemos a las andadas de la noche del 15 de mayo de 2011 o de la noche del 7 de abril. Desde los medios de comunicación hegemónicos (los “progres” y los “fachendosos”, que son propiedad de los mismos) vuelven a intentar mandarnos al averno de los “radicales”. Con ese sambenito intentan, como si nada hubiera pasado en todo un año, volver a significarnos. Eso quiere decir, obviamente, que les damos miedo, que caminamos.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/21/madrid/1329852406_326713.html
Fíjense en la primera oración del primer titular, antes de la entradilla. En realidad, es la primera información que se transmite en todo el artículo: “Los manifestantes insultan a la policía”. Es la misma aserción con la que se cierra la parte de la crónica dedicada a Madrid: "Los concentrados han insultado (sic) los agentes de policía y, poco a poco, se han ido disolviendo."
¿Por qué esa obsesión con nuestros insultos? ¿Por qué, para ser ecuánimes, no se mencionan en ningún momento los dos amagos serios de carga policial con que los policías de las UIP nos insultaron a los manifestantes anoche, y que, como respuesta, motivaron nuestras dos mejores arreciadas de cánticos? ¿Por qué no se cuenta que los antidisturbios sacaron en dos ocasiones sus escopetas Franchi Modelo SPS 350 que sirven para lanzar pelotas de goma, y que amenazaron con ellas a personas que estaban cantando a menos de tres metros de ellos? ¿Es que eso no representa un insulto? ¿No es información relevante para el periodista?
Y en todo caso, ya que el redactor siente especial fijación por nuestros insultos, ¿por qué no reproduce y analiza un poco su contenido?
Pues bien, tendremos que ser otros, que no hemos estudiado periodismo y que no estamos dispuestos a ser esclavos en esta vida, los que se lo contemos.
El contenido de los tres insultos que más corearon los manifestantes contra las fuerzas del orden hace dos noches en Sol fueron: “¡Qué valientes, pegando a adolescentes!”, “¡Antes eran grises, ahora son azules!” y “¡Vuestra coca no la pagamos!”
Reproducir nuestras tres consignas más insultantes del otro día supone provocar un ejercicio de reflexión en el lector que el redactor, servil con quienes le pagan, no está dispuesto a que la gente haga. Alguien desde su butaca en la empresa, fumando un puro, tiene miedo de que la gente empiece a pensar que los que nos manifestamos ayer en solidaridad con los heridos y detenidos en Valencia no somos tan descerebrados como para no saber usar la ironía, disponemos de cierta memoria histórica, y encima tenemos la suficiente experiencia en la vida como para darnos cuenta de que no son normales los ojos como platos y los rictus crispados con que los antidisturbios salen de las furgonetas cuando les ordenan apalearnos. Estamos seguros de que esas caras, esos gestos, y esa brutalidad con que acometen incluso a menores de edad, se deben a que alguien, quizás un mando procedente de otra época, les proporciona un alcaloide ilegal a precios fuera del mercado.
Además, en el cuerpo de la crónica publicada por F. Javier Barroso en El País hay otras cuantas mentiras, que en principio parecen insignificantes, casi fruto del despiste, pero que a mí por lo menos no me lo parecen tanto.
En el segundo párrafo, después de haber contado cómo los 3.000 manifestantes (¿3.000?) salieron de Sol y bajaron cortando la Gran Vía, dice: "enfrente del Ayuntamiento les esperaban varios vehículos policiales que les han obligado a desviarse hacia Colón." Ésa es una mentirijilla: nadie nos obligó a desviarnos a ningún lado. Éramos muchos, con bastante rabia, y las imágenes de la enorme manifestación de aquella misma tarde en Valencia habían circulado lo suficiente a esas horas como para que la policía y sus jefes prefirieran no hacer absolutamente nada, no fuera a ser que al día siguiente nos juntáramos el doble de gente.
Y en el tercer párrafo viene lo más grave: "En algunos momentos el ambiente se ha caldeado con esporádicos lanzamientos de objetos contra el edificio del PP, entre ellos alguna bola de acero." Esto es absolutamente falso. Pueden creerme: nadie en esa primera fila había sido tan precavido de traerse de casa unas relucientes bolas de acero que lanzarles a los policías. Bolas, así sin más, son las que hay que tener para poner en riesgo con mentiras la vida y la integridad física de varios miles de jóvenes bien educados, comprometidos y valientes. Bolas, así sin más, son las que los periodistas como F. Javier Barroso seguirán estando obligados por sus jefes a meter en sus artículos, mientras que ellos mismos no se organicen en sus lugares de trabajo, se planten y luchen por defender su código deontológico.
Al fin y al cabo, este asunto de las pelotas de acero nos remite directamente a hace un año, y en el fondo nos convoca a la esperanza. En la crónica que el pasado 7 de abril de 2011 publicaron los redactores precarios de El País J.D. Quesada, I. Santaeulalia y M. Garijo, después de la exitosa manifestación de “Juventud sin Futuro”, también se nos tachaba de “manifestantes descontrolados”. Esto simplemente nos hace pensar que alguien está temblando entre las bambalinas del poder, porque la historia del año pasado va a volver a repetirse en Madrid en menos que canta un gallo, y encima en condiciones más favorables para los que de verdad queremos acabar con este sistema tirano y construir algo que de verdad sea nuevo:
La manifestación de 'Juventud Sin Futuro' acaba en bronca
Más de dos mil personas se manifiestan contra la precariedad, el paro y la privatización de la educación. Unos 300 manifestantes, fuera de control, cortan el tráfico en Atocha y Paseo del Prado.
http://elpais.com/elpais/2011/04/07/actualidad/1302164220_850215.html
Se abre el telón. Unos hombres grises, fumando cigarros puros en sus despachos, vuelven a soñar con hordas invasoras de muchachos.