En las notas que hablan de cine, los críticos suelen escribir "film honesto", "una mirada honesta". Para no desgastar el adjetivo, y no malgastarlo, conviene ir a ver las pelis de Lisandro Alonso. O a "curiosearlas", como a él le gusta decir.
Se trata de un cine de verdad, humano, en el que no hace falta repetir que los límites de documento y ficción están borrados, porque eso, cuando el autor es honesto, ya poco importa. Desde la primera escena de Los Muertos, uno puede disfrutar de las hechuras limpias y sin prisas de los autores auténticos (Makhmalbaf, Reygadas...), esos que enseguida te transmiten su halo de seguridad o pachorra, la de saber que necesitan compartir contigo una historia y que detrás hay unas razones claras.
A los espectadores miedosos que ya no saben aguantar la mirada de un prójimo honesto y curioso, Lisandro Alonso les parecerá un director tedioso, desesperante. Para los valientes será un descubrimiento, un montonazo de esperanza.
Lisandro Alonso.
Liverpool (2008)
lunes, 30 de noviembre de 2009
Puteros
Vaya, criticas a los demás por mezclar los temas y tú haces lo mismo.
Yo te digo lo que pienso de la legalización de la prostitución, que es lo mismo que le decía a C. cuando todavía tenía ganas de discutir con ella sobre el tema. Para mí irse con una puta es un acto de violencia, y cualquier tipo que lo haga tiene un problema serio en la cabeza, que es la necesidad de dominar y humillar a otro más débil, histórica, social y económicamente. No te voy a hablar de perpetuación del patriarcado ni de hostias de esas, te digo simplemente que no se puede pretender legalizar un “trabajo” que no desearías para tu madre ni para tu hermana porque te parecería una mierda de trabajo. Así de sencillo. Por supuesto hay que perseguir a los proxenetas, pero también a los puteros, porque esa necesidad de dominar y violentar al prójimo está en la base de la sociedad injusta en la que vivimos. Más que Pecés, Izquierdas Unidas y su putamadre, yo creo que cualquiera que conserve cuatro ideas y que esté a disgusto en la sociedad de mierda que hemos heredado, tiene que estar en contra de la prostitución. Los que ya han perdido esas ideas son los que yo llamo reformistas, que es un eufemismo para no decir cobardes. Y en cuanto a lo que hacemos o dejamos de hacer los que pensamos así, es muy sencillo: cuando sentimos esa “necesidad fisiológica” como decís vosotros y no tenemos con quién echar un polvo, nos cascamos una paja.
Hala, un abrazo
Pues sí, más débil. Por ser mujer y por ser pobre, o, si prefieres (más a tu estilo), por estar sometida a un sistema patriarcal y capitalista que le obliga a chupar pollas para subsistir. Yo creo que estás muy desubicada con el tema de las hetairas. ¿Cuántas putas miserables, cuántas maritornes ha habido en la historia (y sigue habiendo) por cada hetaira, por cada puta fina? Sin ir más lejos, cuando tú sales por Madrid con la furgoneta, ¿qué ves?, ¿putas suecas o canadienses? No señora, lo que ves es putas africanas, putas rumanas y putas latinoamericanas.
Bueno, mozos, pues ya que empezamos, me apetece seguir discutiendo. A mí la dignidad sí me parece una cuestión objetiva, y creo que la gente digna, cuando discute, lo hace con la esperanza de convencer al otro. Con una monja, un cura o un testigo de Jehová, jamás me pondría a discutir, porque además de seres infinitamente degradados, soy consciente de que jamás podría convencerles. A esos sí me toca respetarlos, por cojones, mientras tenga que convivir con ellos. A vosotros no, os voy a faltar un poco más al respeto.
A ver, P., contéstame a una pregunta, por favor. Insisto en lo mismo. En el caso de que tu madre o tu hermana no tuvieran más que dos salidas profesionales, ¿tú qué preferirías que fueran: peonas o putas? Te lo pongo más fácil: ¿qué preferirías, que pasasen fríos y calores diez horas al día, cargasen pesos y tuvieran dolores de espalda una noche sí y otra no a cambio de 1000 euros de calderilla que le sobra al chulo de su patrón, o que se dedicasen a chupar pollas a señores respetuosos, como dice S., a cambio también de la misma cantidad de su dinero extra?
Yo preferiría que fueran obreras, porque, aunque las dos cosas así planteadas me parecen formas de esclavitud parecida, la segunda me parece todavía peor que la otra. En condiciones normales, comparar el trabajo de un obrero de la construcción con el de una puta creo que es una hipocresía, porque, en igualdad de condiciones, chupar pollas siempre va a ser mucho más humillante que poner ladrillos, te hayan educado en los valores cristianos, budistas, o en los marcianos. Y pensar que habría que legalizar la prostitución para que ciertos hombres estuviesen menos frustrados en sus vidas, sencillamente me parece una calamidad.
A S. le preguntaría otra cosa. Mira esos japos que pagan pasta por destrozar con un bate de béisbol una habitación amueblada. Algunos, los más animales, estoy seguro que también pagarían dinero por partir la cara a otra persona, porque les quitaría su estrés y su frustración, como dice P. Además, está claro que habría mucha gente dispuesta a darles el servicio a esos yupis agresivos a cambio de dinero que les ayude a mejorar su situación económica. ¿Habría que legalizar (o autorizar colectivamente, para no hablar de leyes impuestas) la recepción voluntaria de hostias como actividad laboral remunerada? Oye, si ellos quieren... Y si son pobres, pues que se jodan.
Yo creo que detrás del discurso de la suspensión del juicio crítico y el respeto a la voluntad de los otros, aunque esa voluntad implique una injusticia evidente, lo que hay es siempre una cierta actitud pragmática y cagona.
Pues mira, ya que hablas de militares, yo para ellos no exigiría nunca derechos laborales, se los suprimiría todos. Y ya que mencionas a los "sparrings", mayormente hispanos y negros de los suburbios de Estados Unidos; a los que los seleccionan y entrenan los denunciaría públicamente. Y a los que se benefician del negocio del boxeo también. A los "sparrings" les daría la oportunidad de hacerse fuertes, pero no promocionando su trabajo, sino volviendo su fuerza contra los verdaderos causantes de que les tocase nacer en un barrio pobre y marginado de Estados Unidos, porque esos tipos (los gobernantes, los empresarios, los prestamistas) son tan mafiosos como los que los han reclutado y entrenado para dejarse dar de hostias en público.
Para mí, S., con los pies tan fuera del tiesto como tú quieras, chupar pollas para vivir es algo humillante. Y para que veas que no tiene que ver con ningún tabú religioso sobre el sexo, te diré que cuando paso por la Calle Montera siento la misma rabia y la misma vergüenza de ser humano que al dar la vuelta a la esquina por Gran Vía y ver un tipo limpiando las botas de señorones trajeados. Porque lo que veo es gente extranjera, de países jodidos, agachados frotando la mierda de gente con más privilegios que ellos. Y porque veo que el placer que sienten esos señores de traje no es el de ver sus zapatos brillantes o sus pollas descargadas, sino el de ver a otra persona agachada y humillada delante de ellos.
Yo te digo lo que pienso de la legalización de la prostitución, que es lo mismo que le decía a C. cuando todavía tenía ganas de discutir con ella sobre el tema. Para mí irse con una puta es un acto de violencia, y cualquier tipo que lo haga tiene un problema serio en la cabeza, que es la necesidad de dominar y humillar a otro más débil, histórica, social y económicamente. No te voy a hablar de perpetuación del patriarcado ni de hostias de esas, te digo simplemente que no se puede pretender legalizar un “trabajo” que no desearías para tu madre ni para tu hermana porque te parecería una mierda de trabajo. Así de sencillo. Por supuesto hay que perseguir a los proxenetas, pero también a los puteros, porque esa necesidad de dominar y violentar al prójimo está en la base de la sociedad injusta en la que vivimos. Más que Pecés, Izquierdas Unidas y su putamadre, yo creo que cualquiera que conserve cuatro ideas y que esté a disgusto en la sociedad de mierda que hemos heredado, tiene que estar en contra de la prostitución. Los que ya han perdido esas ideas son los que yo llamo reformistas, que es un eufemismo para no decir cobardes. Y en cuanto a lo que hacemos o dejamos de hacer los que pensamos así, es muy sencillo: cuando sentimos esa “necesidad fisiológica” como decís vosotros y no tenemos con quién echar un polvo, nos cascamos una paja.
Hala, un abrazo
(...)
Pues sí, más débil. Por ser mujer y por ser pobre, o, si prefieres (más a tu estilo), por estar sometida a un sistema patriarcal y capitalista que le obliga a chupar pollas para subsistir. Yo creo que estás muy desubicada con el tema de las hetairas. ¿Cuántas putas miserables, cuántas maritornes ha habido en la historia (y sigue habiendo) por cada hetaira, por cada puta fina? Sin ir más lejos, cuando tú sales por Madrid con la furgoneta, ¿qué ves?, ¿putas suecas o canadienses? No señora, lo que ves es putas africanas, putas rumanas y putas latinoamericanas.
(...)
Bueno, mozos, pues ya que empezamos, me apetece seguir discutiendo. A mí la dignidad sí me parece una cuestión objetiva, y creo que la gente digna, cuando discute, lo hace con la esperanza de convencer al otro. Con una monja, un cura o un testigo de Jehová, jamás me pondría a discutir, porque además de seres infinitamente degradados, soy consciente de que jamás podría convencerles. A esos sí me toca respetarlos, por cojones, mientras tenga que convivir con ellos. A vosotros no, os voy a faltar un poco más al respeto.
A ver, P., contéstame a una pregunta, por favor. Insisto en lo mismo. En el caso de que tu madre o tu hermana no tuvieran más que dos salidas profesionales, ¿tú qué preferirías que fueran: peonas o putas? Te lo pongo más fácil: ¿qué preferirías, que pasasen fríos y calores diez horas al día, cargasen pesos y tuvieran dolores de espalda una noche sí y otra no a cambio de 1000 euros de calderilla que le sobra al chulo de su patrón, o que se dedicasen a chupar pollas a señores respetuosos, como dice S., a cambio también de la misma cantidad de su dinero extra?
Yo preferiría que fueran obreras, porque, aunque las dos cosas así planteadas me parecen formas de esclavitud parecida, la segunda me parece todavía peor que la otra. En condiciones normales, comparar el trabajo de un obrero de la construcción con el de una puta creo que es una hipocresía, porque, en igualdad de condiciones, chupar pollas siempre va a ser mucho más humillante que poner ladrillos, te hayan educado en los valores cristianos, budistas, o en los marcianos. Y pensar que habría que legalizar la prostitución para que ciertos hombres estuviesen menos frustrados en sus vidas, sencillamente me parece una calamidad.
A S. le preguntaría otra cosa. Mira esos japos que pagan pasta por destrozar con un bate de béisbol una habitación amueblada. Algunos, los más animales, estoy seguro que también pagarían dinero por partir la cara a otra persona, porque les quitaría su estrés y su frustración, como dice P. Además, está claro que habría mucha gente dispuesta a darles el servicio a esos yupis agresivos a cambio de dinero que les ayude a mejorar su situación económica. ¿Habría que legalizar (o autorizar colectivamente, para no hablar de leyes impuestas) la recepción voluntaria de hostias como actividad laboral remunerada? Oye, si ellos quieren... Y si son pobres, pues que se jodan.
Yo creo que detrás del discurso de la suspensión del juicio crítico y el respeto a la voluntad de los otros, aunque esa voluntad implique una injusticia evidente, lo que hay es siempre una cierta actitud pragmática y cagona.
(...)
Pues mira, ya que hablas de militares, yo para ellos no exigiría nunca derechos laborales, se los suprimiría todos. Y ya que mencionas a los "sparrings", mayormente hispanos y negros de los suburbios de Estados Unidos; a los que los seleccionan y entrenan los denunciaría públicamente. Y a los que se benefician del negocio del boxeo también. A los "sparrings" les daría la oportunidad de hacerse fuertes, pero no promocionando su trabajo, sino volviendo su fuerza contra los verdaderos causantes de que les tocase nacer en un barrio pobre y marginado de Estados Unidos, porque esos tipos (los gobernantes, los empresarios, los prestamistas) son tan mafiosos como los que los han reclutado y entrenado para dejarse dar de hostias en público.
Para mí, S., con los pies tan fuera del tiesto como tú quieras, chupar pollas para vivir es algo humillante. Y para que veas que no tiene que ver con ningún tabú religioso sobre el sexo, te diré que cuando paso por la Calle Montera siento la misma rabia y la misma vergüenza de ser humano que al dar la vuelta a la esquina por Gran Vía y ver un tipo limpiando las botas de señorones trajeados. Porque lo que veo es gente extranjera, de países jodidos, agachados frotando la mierda de gente con más privilegios que ellos. Y porque veo que el placer que sienten esos señores de traje no es el de ver sus zapatos brillantes o sus pollas descargadas, sino el de ver a otra persona agachada y humillada delante de ellos.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Boda peruana
Menos mal que de Claudia Llosa vimos primero La teta asustada y no Madeinusa, porque si no creo que nunca nos hubiéramos reconciliado con ella. Ahora habrá que esperar a la próxima peli para condenarla o admirarla, así de la forma que hacemos los maniqueos.
Cuando estrenaron aquí La teta asustada, confieso que fuimos con toda la mala leche del mundo (nunca mejor dicho), con la armadura calada hasta las cejas para librarnos de los esupitajos de ese engendro intelectual que es su tío Mario Vargas. Pensábamos que si las ideas de Claudia estuvieran muy lejos de las del doctor honoris causa por la Universidad de Georgetown, jamás hubiera podido hacer una peli en Perú, y que algún sentido homenaje a su tío Gilito nos acabaríamos comiendo. Además, estábamos convencidos de que la película sería una mierda formal y una cursilada de historia (tipo las del susodicho literato), y en eso fue en lo que más nos equivocamos.
La teta asustada nos pareció una obra maravillosa, con una narración inteligente, original, una fotografía preciosa y una historia en absoluto trivial. Sus ramalazos "huachafos", como dicen ellos, sí que tenía (el personaje empalagoso del jardinero fiel, por ejemplo), y en su discurso ideológico es verdad que había algo un poco ambiguo: al principio, cuando se refiere a la violencia en las zonas rurales, nos temíamos lo peor (Abigaíl Guzmán otra vez en traje de preso y los indios arguedianos esperando cabizbajos la llegada del orden, el progreso, y el desarrollo global). Sin embargo, el reflejo de las miserias de los barrios del extrarradio de Lima, con sus dosis de humor y de humanidad, y la denuncia del expolio de la cultura indígena por parte de la oligarquía blanca, compensan de sobra esa primera impresión. Y sobre todo, la belleza y la sinceridad del relato hicieron que nos tragáramos nuestros prejuicios y nos fuéramos a casa con una radiante cara de satisfacción.
Ayer por la noche vimos la primera obra de Claudia Llosa: un verdadero desastre: una historia ñoña, repetitiva, unos actores desastrosos y ese paternalismo racista que tanto asco nos da. Exactamente lo que hubiéramos esperado de La teta asustada, de no haber sido porque La teta asustada resultó ser, tres años después, una película excepcional.
Cuando estrenaron aquí La teta asustada, confieso que fuimos con toda la mala leche del mundo (nunca mejor dicho), con la armadura calada hasta las cejas para librarnos de los esupitajos de ese engendro intelectual que es su tío Mario Vargas. Pensábamos que si las ideas de Claudia estuvieran muy lejos de las del doctor honoris causa por la Universidad de Georgetown, jamás hubiera podido hacer una peli en Perú, y que algún sentido homenaje a su tío Gilito nos acabaríamos comiendo. Además, estábamos convencidos de que la película sería una mierda formal y una cursilada de historia (tipo las del susodicho literato), y en eso fue en lo que más nos equivocamos.
La teta asustada nos pareció una obra maravillosa, con una narración inteligente, original, una fotografía preciosa y una historia en absoluto trivial. Sus ramalazos "huachafos", como dicen ellos, sí que tenía (el personaje empalagoso del jardinero fiel, por ejemplo), y en su discurso ideológico es verdad que había algo un poco ambiguo: al principio, cuando se refiere a la violencia en las zonas rurales, nos temíamos lo peor (Abigaíl Guzmán otra vez en traje de preso y los indios arguedianos esperando cabizbajos la llegada del orden, el progreso, y el desarrollo global). Sin embargo, el reflejo de las miserias de los barrios del extrarradio de Lima, con sus dosis de humor y de humanidad, y la denuncia del expolio de la cultura indígena por parte de la oligarquía blanca, compensan de sobra esa primera impresión. Y sobre todo, la belleza y la sinceridad del relato hicieron que nos tragáramos nuestros prejuicios y nos fuéramos a casa con una radiante cara de satisfacción.
Ayer por la noche vimos la primera obra de Claudia Llosa: un verdadero desastre: una historia ñoña, repetitiva, unos actores desastrosos y ese paternalismo racista que tanto asco nos da. Exactamente lo que hubiéramos esperado de La teta asustada, de no haber sido porque La teta asustada resultó ser, tres años después, una película excepcional.
jueves, 26 de noviembre de 2009
miércoles, 25 de noviembre de 2009
jueves, 19 de noviembre de 2009
martes, 17 de noviembre de 2009
viernes, 13 de noviembre de 2009
Cruzando el río Karún (Irán)
Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack
Grass A nation's battle for life (1925)
Grass A nation's battle for life (1925)
lunes, 9 de noviembre de 2009
viernes, 6 de noviembre de 2009
jueves, 5 de noviembre de 2009
lunes, 2 de noviembre de 2009
¿Quién baila mejor: Ava Gardner a los 32 años o una vieja octogenaria de Badajoz?
Uno siempre tiene que aparecer como el intolerante o el déspota cuando comenta delante de un grupo de amigos o conocidos que no consume cine de Hollywood, ni escucha música rock, ni pop, y la cara suele ser de aburrimiento o de risa las pocas veces que le dejan a uno explicar que es una cuestión de conciencia, porque el cine norteamericano y la música anglosajona son, para él, la principal arma de imposición de un pensamiento global único, borrego y acrítico, mucho más incluso que las invasiones militares, los tratados de libre comercio o la manipulación de los medios de comunicación de masas.
En los raros casos en que alguien un poco sensible quiere entrar al trapo de la conversación, el alegato suele ser el mismo: ¿y el cine clásico americano?, ¿y John Huston, no has visto ninguna peli de John Huston?, ¿no sabrías decirme un solo verso de Bob Dylan? Y uno encima acaba quedando como ignorante: ¿Bob Dylan no era ése que salía promocionando la Expo de Zaragoza?
Bueno, pues el otro día, saltándome mi estricto régimen, y un poco apechugado por ese sentimiento de ignorancia que a mí se me vuelve culpa, me fui a la Filmoteca a ver una peli de Joseph Mankiewicz: La condesa descalza. No me negaréis que Mankiewicz es uno de esos popes de la cultura norteamerciana que deberíamos consumir aunque seamos críticos, uno de esos autores que supuestamente hacen dinamitar el sistema desde dentro del sistema, un espíritu libre y cínico viviendo en el mismísimo "nido de la perra", como dicen los colombianos. Yo, además, me repetía a mí mismo que aquello no entraba en la categoría de cine de Hollywood, puesto que en aquellos primeros 50 todavía el Hollywood gringo competía casi en igualdad de condiciones con la Cinecittá de Roma, o incluso con la industria mexicana.
Allí estaban, por supuesto, esos señores de chaqueta de pana y gafas de pasta, protagonistas potenciales o reales de sesudas tertulias de cinéfilos, hombres cultos y cultivados, y muchos de ellos, a buen seguro, orgullosamente "de izquierdas". Y allí hicieron sus corrillos a la salida, compitiendo a ver quién decía con admiración más grande: "¡qué gran recurso el del cine dentro del cine!", "¡qué genialidad la de los flashbacks!", y, aparte de todo, "¡cómo estaba Ava Gardner, cómo trabajaba!".
Y yo me fui a casa preguntándome si de verdad esos señores se creen lo que dicen, si no se han fijado mínimamente en el desastre de bailecito flamenco de Ava Gardner (que hoy en día si lo hiciera Paris Hilton, por ejemplo, protagonizaría todos los zappings de risa), si no se preguntan qué significa que María Vargas y los condes de Torlato-Favrini hablen para sí y entre sí en inglés. ¿No ven que frivolizar las culturas ajenas es el mejor arma para homogeneizarlas y absorberlas? ¿Pero cómo no se acuerdan de que Calderón de la Barca ya usaba los flashbacks y el gran teatro del mundo para distraer a los sensibles y vender su Imperio a las masas?
En definitiva, me preguntaba si esos señores cultos no se habrían planteado nunca boicotear, aun a costa de sus recuerdos, esa fábrica de propaganda que es el cine de Hollywood, desde su nacimiento hasta hoy. Porque yo sí, yo de momento pienso seguir haciéndolo.
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