Apetecerme apetecerme, lo que se dice apetecerme, a mí esta noche me apetece quemar la foto del rey. De hecho, miren, es lo que voy a hacer. Voy a buscar ésa que nos vigilaba desde encima del encerado, cuando íbamos al colegio. La voy a sacar bien llena de colores, que la ocasión lo merece. Venga, pongamos en marcha la impresora. Ah, y voy a traer una bandejita, no sea que el incendio se extienda.
Eso es. ¡Ya está! Acabo de quemar la foto del rey.
Por lo menos, mañana por la mañana tendremos un aliciente que añadir a nuestra rutina. Habrá café, pasaremos revista a las ofertas de trabajo, habrá los artículos que opinan sesudos en el diario. A partir de media mañana, empezará a sonar el teléfono como siempre. Antes, cuando corríamos por el pasillo, pensábamos sólo en dos posibilidades: o es un estudio de mercado ("¿de verdad, señor, que no tiene usted dos minutitos?"), o eran entrevistas para entrevistas de trabajo ("hmm, nueve horas al día, novecientos cincuenta euros al mes, Algete no es tan lejos si dispongo de vehículo propio...")
Pero mañana la cosa va cambiar. Además de los dos posibilidades que dijimos antes, también podrá llamar la secretaria de un magistrado del tribunal, o en su nombre el inspector de policía, para pedirme por las buenas que les deje a sus hombres entrar en mi cuarto, que vienen a secuestrar la impresora, el mechero, y a hacerme unas cuantas preguntas.